11 de diciembre de 2007

Monedita con Mickey

Los auriculares, sobre la mesa de mi máquina en el cýber. La música ambiental (A la porra. Y gangrena.) , que va de un pop noventoso a un techno idiota, saltos de un .mp3 a otro, indiscriminadamente y siempre con el pobre mal gusto del chico del local. Y los otros chicos, los pibes, deportivos porque van (y no) a jugar tennis a las canchas de acá cerca y se escapan (y sí) a conectarse con cualquier enchufe hembra que les permita internet.

Apunto, así, una situación ya manida en este sitio y pienso qué jugo pueda sacarle. El jugo, claro, pasará por cómo continúe este texto. ¿Condiciones de producción? Quito la idea de pseudoteorizar aquí, porque no me da el cuero ni siquiera para eso, y siento la brisa mecánica que del ventilador de pared me llega, para relajarme.

El ventilador gira lentamente. La brisa artificial acaricia, parcial, mi oreja y sien izquierda, llega, de repente es un plano pleno, se detiene ahí un rato para después girar, otra vez, a lo imperceptible, y vuelve a pasar. Marca Gatti, marca cuya casa de distribución he visto, hace muchos años ya, esperando el 74, entre besos y papas calientes, en una esquina de Córdoba, cerca de la medianoche, gente esperando, impasible, el fin de la jornada laboral, que no acaba ni siquiera cuando se toma el colectivo, sino que tiene que esperar, para cumplirse, el después de la cena, el después del lavar los platos, el breve y periódico después.

Ignoro el destino ulterior de esa esquina. Me acostumbro a este "límpido" reducto. Sé que la siesta, acá, no es aburrida, sé que al menos el ventilador sigue en pie, y sé que el tiempo pasa. Me pregunto cómo será el otoño en este barrio.

10 de diciembre de 2007

Propósito de pilas

Tal parece que estoy escribiendo mal. Me lo señala Mara; aparte, lo sé. Con quince minutos para tirar un texto, releerlo dos o tres veces y cambiar, apenas, una que otra palabra, mucho no se puede ofrecer. Porque cuando los textos nacen así, sin ganas, son eso: textos malparidos, destinados necesariamente a la mofa y al descarte.

Anoche, por lo demás, escribí un poema excelente. Lo trabajé por hora y media, dos -tiempo mínimo, exigencias de respeto propio, uno todavía posible, para con ese poema nuevo, que tenía más de 30 líneas-, y, si bien supe que podría haber continuado con la corrección, dejé, por eso mismo, su profundización para un nuevo escrito: no sólo hace a la calidad de la escritura una gran emoción, sino también la constancia, la insistencia, el sumar horas-culo.

Así, entonado por esa "práctica de arado pulcro", escribo esto ahora, poniendo pilas, y

con la esperanza inquieta de captar

nuevamente el interés de Mara, sardónica lectora. La redacción se impone, la prolijidad, y el querer destinar un poco más de cariño a esta actividad un tanto fastidiosa que es agregar prosas a la red (el ambiente, digámoslo nuevamente, no es propicio).

¿Subir también poemas? Aún tengo el prurito de guardarlos, de acumularlos, de pensar, quizás, en un nuevo libro, una nueva farsa. Lo que se pierde para siempre tiene que haberse escurrido antes lentamente en forma de positivo escepticismo cotidiano; si todavía respeto los libros, difícil que no quiera emularlos, difícil, arduo, que deje de dialogar con ellos solamente.

7 de diciembre de 2007

Tomo una Pritty que ya se me ha calentado un poquito. Hace hace unos años (tengo 34, lo siento) había que explicar a los recién llegados, a los foráneos, a los simpáticos pajueranos qué es esto de la Pritty. Gaseosa de limón azucarada, de la que la publicidad correspondiente nos impulsaba a consumir porque teníamos que ser buenos cordobeses. La industria local y todo ese viejo sueño, birlado, este último, en provecho, ahora, de esa empresita que, como cualquier otra, gustaba de mentir y ganar platita.

Tomo una Pritty con un sorbete de liniecitas negras longitudinales. Hasta hace poco los sorbetes eran las pajitas, término que te daba, o no, deleite o vergüenza pronunciar pero siempre algún grado (aunque más no fuera inconsciente) de incomodidad. Cuando comenzamos a decir sorbete, muchas cosas se solucionaron para las nuevas generaciones; pero una moda o el desenfado o muchísimos otros motivos pueden hacer que vuelva ese uso. Y andá a otra provincia, me susurro, y enterate, nomás.

Búsqueda frenética, película hermosa porque la chica -no la esposa- era hermosísima, y porque era una historia muy bien tramada, toca esto de lo que vengo escribiendo. Van en el auto y escuchan algo en la radio o en un caset -¡chau!-. Ah, un clásico, comenta la mina. ¿Clásico? ¿Cuánto tiene de vieja esta música? Seis, siete años. Eso comentaba la mina, de eso se sorprendía Ford, eso le tenía que inculcar, reformular, la mina. Clásico es Bach, opina Ford. Clásico es Chopin -magníficos segundos movimientos de sus conciertos para piano-. ¿Seis, siete años? Estás viejo, Ford; que te caiga la ficha, me enseñan a decir.

Y anoche charlaba con una de 29, ya ocupada, y algo le decía de volver a vernos, y ella que no, porque no sé, y etcétera. En todo caso, en un pub -digamos "astroso"- sonaba rock en castellano a todo volúmen. Y hubo clásicos, pese a mi pasado de música otramente clásica. Y una niña de 22, más de Miranda! que de saber quién había sido el cantante de Los Redondos, asistía a esa charla de dos que van viviendo sus 30, que se miran un poco triste y sonrientemente, que se saben deseados y deseantes, que disfrutan de rozarse con las piernas porque sí, porque podría pasar, porque se sienten cómodos estando con una onda afín. Y la niña de 22 se retiraba antes.

6 de diciembre de 2007

Sin corregir

El chico me viene a las cinco, esto es, en hora y media. El chico tiene que creer que nuestros verbos tienen que ver con el "tú" y con el "vosotros". El chico tiene que relacionarse con insoportables leyendas patriotiles donde se habla del campo, de los animales, de gente exagerada que al llorar origina un río, cuando en otra materia, geografía, le hablan del ciclo del agua. El chico tiene 12 ó 13 años, y lo preparo para que dé su coloquio de Lengua el lunes que viene, una deuda que le quedó con el fastidioso, al fin y al cabo, Primer Año.

Leo su carpeta. No puedo creer que se le dicten cosas que tienen un tono tan horrible, y que crean que él las podrá estudiar con deleite. Ya fue Horacio con su "dulce et utile". No he ido a la casa del chico, así que no vi si tienen la posible biblioteca al lado de la alacena de dulces estacionados, esa nueva interpretación de lo horaciano que hacía un gallego al filo del '900.

Me leyó (les leyó) un par de novelitas infantiles, de detectives. Borges se copaba con el inglés de los libros de su padre, probablemente desde edad muy temprana. Hoy se intenta ser progresista diciéndoles a los párvulos que una historieta también es narrativa, pero la cosa se concentra en mitos y leyendas.

Y disfruté tanto cuando, hablando de mitos (cosmogonía, origen de los dioses, nacimiento del hombre, héroes), el chico de pronto me pregunta: "¿usted es católico?". ¡Qué intensidad! El chico estaba en su etapa escéptica, y pronto comenzarían a darse las lentas, morosas definiciones, y quizá el chico se dijera: "estoy rodeado de conformistas, de apagados, de incoherentes"; y sufriera por sus profundos, claves pensamientos metafísicos. Y me maravillé de mi propio paso por el tiempo, y de haber quemado etapas, y de haber dicho: "esto no es blanco; esto es violeta; y punto".

Fuera del peso de la pregunta fundamental, veía al chico debatirse frente al diablo, pequeño Cristo en el desierto.

3 de diciembre de 2007

Tiempo algo caluroso. No me he bañado por dos días, y la remera, limpia pero puesta sobre la piel ya sucia y apenas transpirada, se marca y pesa levemente sobre mi espalda y hombros. El cýber tiene poca gente ahora; por suerte no hay chicos: andarán sufriendo en el secundario, en las clases, antes indignadas profesoras que no podrán nunca terminar de creer que lo tan interesante para ellas no tiene nada que ver con eso que están enseñando. Así, la vida.

Escucho dulces canciones francesas marcando brutamente el compás, golpes de bata que combinan de pronto bien con la dulce voz gutural que, por no prestarle atención, no sé lo que dice. Calor de casi verano, todos estamos de remera, algunos de pantaloncitos, dos viejas con musculosas marcándoles la panza engordada a base de ¿puchero? y las tetas caídas, lo que de este modo forma un declive, continuo y creciente, desde el cuello hasta la altura del pupo, principio y fin de todo, prácticamente.

Nada más. Calor, mugre y paciencia. Nada de lo cual es necesario para escribir.

27 de noviembre de 2007

Gran narradora, no se arredra ante nada y da cuenta, incansablemente, de 5 ó 10 anécdotas a lo largo de un par de horas y mucho más, apelando al entresijo eficaz, al recurso grotesco, la hipótesis humilde, la ironía agradable. Es ella la que toma la palabra, y yo quien acota "sí", "claro", "¿quién?", dando pie a las diversas inflexiones de esa maravilla de barrio, columpio de entrecasa, de lavar platos mientras le cebo un mate, de contar y contar, inagotable, exhaustiva.


Esas 5 ó 10 anécdotas son retomadas en sucesivos días, expurgadas y decantadas, reelaboradas hasta lo elocuentemente sutil, y se renuevan de a una, pocas veces de a dos, para que la conseja continúe, puntuada por sus "dice", por sus "date cuenta".


Hay que estar preparado y de buen ánimo para esa prueba de fuerza verbal. Si no, apabulla y aturde. Y si sí, a no perder hilo, a no despistarse, a insistir con los "¿quién?", los "¿dónde?", los "claro", a ir elaborando un mapa de la continuidad, a no sorprenderse porque no tenga solución; porque, como los pollos con la comida, la cosa probablemente acabe muy tarde, al cortar la luz, al caer exhaustos todos en nuestras respectivas camas, constatando desde allí, cuando por fin podemos reflexionar, que el lenguaje no no quiere morir, que sigue, que, si algo somos, ese algo pasa por la narración: voraz, desbordante, "reiteración creyente".

23 de noviembre de 2007

Pésimo novelista, Sasturain. Pésima escritura, pésima historia. Pero efectiva, si lo que uno pretende es sentarse a pasar el rato como quien mira algo más o menos decente en la tele (a veces uno se puede convencer de que lo hay).

Encargué el domingo pasado La lucha continúa, que venía con el Página. A los dos o tres días se dio que el quiosco recibiera el libro, me lo llevara a casa. Parece que luego de este tomo (se "agradecen" las 347 páginas) vienen otros 5. Es una buena alternativa para cuando textos mejores pero más indigestos se te resbalan de las manos por hastío. Lectura liviana, lechuga obviamente frugal, dieta mortal para la propia escritura si abusás de ella -dicen las abuelas-.

Me quedo con Feinmann, más ambicioso, también propalado, antes, por el mismo diario. Lo que Feinmann tiene, claro, es que es menos querido que Sasturain y, así, de pronto disfrutás de que sea, al menos, más polémico. Y cómo significar que mi gusto elige sin dudar textos más exigentes que la media si del otro lado no hay ya previamente un idéntico gusto. Aunque, como ya dije, a veces la tele venga mejor, como una cerveza encontrada de casualidad en la heladera cuando ya Bartok te secaba. En fin.

22 de noviembre de 2007

De pronto se cruzaron direcciones de blogs, uno se pudo asomar a otras cosas que se hacían (siempre en paralelo, siempre en paralelo), y apareció una nueva "tarea": leer.

Y a mí, particularmente, me agarra fiaca. Porque, estando en un cýber la mayoría de las veces, con el calor inmenso de estos días, con la marcha y los chicos del lugar en sus play station y sus tiempo real, la verdad no me dan muchas ganas de quedarse largo. Aparte: cómo no preferir al impresionante Raymond Queneau, munido del diccionario petiso y gordo, un jazz a media voz, instrumental y cadencioso, y toda el agua o el jugo de la heladera, y las horas...

Uno siente medio como que compromiso ante ese súbito pulular de ocho o diez sitios nuevos. Si te invitaron y fuiste, ¿tenés que cumplir? ¿Pintó la cosa para una cooperativa de lectores/escritores? Como internet es algo que merece -¡bien merece!- ser llamado de crecimiento exponencial, ¿tenemos, encima, que trabajar para su cuerpo, para dotarlo de más medallitas y extensiones, furibunda?

La verdad, la verdad, leer era otra cosa.

20 de noviembre de 2007

Un sueño extraño, con final algo violento y trabajoso, con grúa de por medio -¡nos llevan el auto!-, y el "¡date cuenta!" de por medio; antes, casa con muchas mujeres con el torso desnudo.

Ayer daban La rosa púrpura del Cairo por cable -ahora pinta el cable-, y, mencionada por otros que fue en mi vida, me entretuve un poco algunos minutos. La escena del prostíbulo, bucólica al revés -"cielo al revés"-, me llamaba la atención. Me acuerdo de un texto de Iván Wielikosielek -que me perdone si le pifio a la grafía del apellido, pero tal cosa, en Argentina, es más o menos aceptable-, en el que un poeta dialogaba con una puta, desesperado y extrañada respectivamente. La película, por contra, presenta al visitante que no conoce otro papel, el de galán idealizador del amor absoluto. Se lo llevan pa'l fondo, con más gusto.

El sueño me hizo despertar con ganas de fumar. Luego me afeité, pacientemente, abotargadamente, y esa imágenes permanecen en mí. Por supuesto, si me acuerdo, mañana se lo narro al psicólogo, y algo diremos. Pero esta extrañeza que siento, esta sorpresa, es inocente aún, todavía no desbrozado ese territorio súbito. Si me acuerdo.

14 de noviembre de 2007

Mudado, no como Pedro Kuy a lo que según le entiendo es más bien campo o pueblo, sino de las afueras al asfalto, a casa de barrio, barrio tranquilo. No se la pasa mal: más de quince años rodeado de papa o zanahoria, luego soja, y un aeródromo que los fines de semana despacha paracaidistas coloridos, feamente coloridos, para pasar a vivir en un lugar donde, ¡increíble!, los cigarrillos se compran cruzando la calle.

Las costumbres, por lo pronto, se modifican auditivamente: hay ruido leve pero notorio de autos y colectivos que pasan, y que pasan, y que siguen pasando (como un poema sobre modelos leído en Diario de poesía). No desvelarse: de lo contrario contarías las medias horas, las horas de la frecuencia del transporte. Vecinos, y empezar a saludarse, a conocer. ¿Y a qué almacén le compro? Curiosa necesidad de compromiso: porque el otro te ve pasar, luego comenta. Y territorios reducidos: si antes vivía en una casa con una hectárea de parque, ahora mi habitación es de 3 por 4, y los techos, bajos, no favorecerán la frescura más adelante, más hacia el verano.

Cambio de horarios: porque sigo viviendo con otra gente, pero que tiene un ritmo diferente de alimentación. Cambio de comidas: casera, pero distinta (cada comida casera es distinta). Sólo algo borroso, ambiguo, maleable, persiste: mi yo, que asiste a la variación externa, y responde.

Porque hasta el aire es distinto, y las distancias, y los amigos. Estos últimos ahora visitan más regularmente, los muy chantas, porque, por un buen rato, he dejado de vivir en el culo del mundo o, al menos, de Córdoba.

8 de noviembre de 2007

Nublado en Córdoba. Pesado; pero ya refresca. Tiempos del cýber: espero a una amiga para chatear, y no aparece, y me distraigo redactando mails, y luego busco alguna pavada en Google, e intento pasar el rato oyendo mejor música -a través de la red- que la de la radio del cýber. Y ella no llega; y salgo a fumar, y vuelvo, y sigue refrescando, muy lentamente, muy pausadamente.

¿Conocen a Juan Filloy? Me agencié su Karcino - Tratado de palindromía. Un libro divertidísimo, para quienes no encuentran más poesía para leer y, sin embargo, siguen amando las palabras. Y este modo de amarlas es muy llamativo: frases muchas veces ridículas, o estruendosas -por las hipérboles, por la invención abusiva de nombres y apellidos-, que a la postre leés de corrido y sólo de tanto en tanto te ponés a ver si sí, si son reversibles, si el viejo ladino no hizo trampa.

En fin: tiempos. El viejo ladino reflexiona, en la introducción, sobre cómo es mejor perderlo, y encontró un modo bastante particular de hacerlo. Yo ya no tengo más mails por redactar, y encima no sé qué poner en esta entrada. Vivir lejos de ella no impide que pueda no aparecer, quiera no aparecer...

18 de octubre de 2007

Se lo han agarrado de punto, los lefebvristas, a Alfonso Barbieri. Y se lo han agarrado de punto mal. Ya vienen dando espectáculos idiotas acá en Córdoba (la religión probablemente sea sólo espectáculo, glosando a Nietzsche) y, como tuvieron éxito y se hicieron noticia rompiendo algunos dibujos de ese artista, machacan los decibeles, cosa de conseguir mayor audiencia para su "causa".

Causa que la Justicia demorará, porque, se dice, vienen acomodados, y no se los puede tocar fácilmente. ¿Qué sería tocarlos? Juzgarlos imparcialmente y, si da para sancionarlos mal, meterlos en cana, cobrarles buena guita, hacer que vayan a cursos sobre tolerancia, obligarlos a no ser tan chotos.

Porque Alfonso me enseñó el uso de la partícula "mal" hace ya años, partícula que ahora se ha difundido, al parecer, desde el under (no soy lingüista). Pero estos tipos piden que se use y abuse de la misma, y que se los acuse y señale bien. Y que trabaje este lenguaje para nombrarlos, para escuchar sus ataques contra lo que es deseable mejor, para decirles no y pensar exactamente por qué no, cada uno sus razones, sus lenguajes y jergas, su estar.

Por ahora, articulo: "no se entiende". Junto con: "prepotencia". Por ahora balbuceo, y vuelvo a la partícula: esa vieja nueva partícula de choque mal y contradanza bien.

8 de octubre de 2007

Tomo mates para atemperar el día gris, frío aunque no mucho. Tomo mates, también, porque son sabrosos, gratos, agradables, y porque ayudan a hacer, me dijeron alguna vez, la digestión, cosa que creí y que ahora simplemente hago o repito. Es un cigarrillo lento, el mate. Se consume sin que te des cuenta, y, cuando más distraído andabas, ya estás tomando mera agua caliente.

Ha llovido. El pasto se pone muy verde, y crece, grueso. Los tallos de las así llamadas gramillas se robustecen, y es pura vegetación carnal, recostada sobre la rica tierra. Ando de ojotas, y un poco siento el frío del día en los dedos de los pies (que, según algunos, tienen un nombre más específico), pero no renuncio a la comodidad.

Mates e internet. Combinación gustosa para pasar la siesta. Para, de pronto, decir basta y cachar un libro.

27 de septiembre de 2007

Tomo mates amargos. El monitor de esta compu tiene los colores virados, pero -todavía- no me hace picar los ojos. Me desperté hace poco, y aún -tres de la tarde- no comí. Necesito cigarrillos, un mate, revisar el correo, ver si hay gente on-line. Todas, actividades mecánicas que cumplo como un tonto ritual, un ritual que, a excepción del mate, no me alimenta.

Me siento lento. Para moverme a paso de viejo que se ha tomado de más algunas pastillas la noche anterior, y no sé da cuenta de dónde sale esa pesadez, ese sopor. Lo atribuye al clima, al calorcito agradable pero adormecedor que va trayendo la primavera, y me acuerdo del chiste de Mafalda: "por suerte, he llegado a la primavera".

El mate está delicioso. A través de la ventana de la biblioteca, veo el ciprés, que, a medida que continúe el buen tiempo, se irá adornando de esas florecitas celestes -que tienen nombre-, de una enredadera que nace del pie, que sube un par de metros, que separa algunos tallos -no por elegidos- que dejan así, colgando, sus perendengues celestes.

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(Agradezco a la "troesma" la ampliación de mi vocabulario.)

24 de septiembre de 2007

Me afeité mal, anoche. "Como el sol...": qué tonta sensación de felicidad austera me da afeitarme. Pero me había crecido un poco, y me concentré en la barbilla y el bigote, que es en donde más me crece esta miseria de barba que tengo. Y las mejillas quedaron medio medio, con un pelito por aquí, otro por allá. En fin, apenas llegue a casa, repaso.

Estoy en un cýber del centro, y alrededor las máquinas se han ido poblando, una para cada persona, lentamente. A las compus en los cýbers se les dice "máquinas". Y la subsiguiente complicación: de tanto entrar a los mismos, cuando vas a una telefónica dudás, y a veces se te escapa, "una máquina, digo, una cabina", y la chica -tiene que ser una chica- sonríe. "A todo el mundo le está pasando", comenta, contenta.

Así que salí, hace diez o quince minutos, de un cýber, para fumar, y para pensar si escribía algo aquí o no, y ahí al toque me metí en este otro. Que es menos formal que el anterior, que es la habitación de atrás de un quiosco -bastante bien instalado, por lo demás-, y en el que siento el perfume de una chica que, dos máquinas más allá, está charlando por messenger o skype.

Porque la chica tiene una cita. Está arreglando algo. Escucha. Contesta con voz grave, arrastrada. No digo que esté cachonda, pero tienen cierto chicle las entonaciones, los diversos volúmenes de voz. Una pregunta se susurra, otra exclamación se apiada, y sigue la cosa. Telefonía redil.

Lo mío es más modesto. No le escribo a nadie en particular, y sólo me preocupa, ahora, decidir si voy a pulir este escrito o no. Porque una relación, vía cara a cara, vía redil, algo grave, pausado, nuevo, que está aconteciendo a mi lado y que termina con un hermoso "chau chau", es algo que me asombra y me pone bien, y tengo ganas de decirle, como la de la telefónica: "nos pasa a todos".

19 de septiembre de 2007

La música de la RFI suena demasiado distinta de la que habitualmente pasan en Córdoba; no puedo menos que prestarle atención. Aunque más no sea porque pasan mucha música en francés, y, en lo que voy de escucharla, dos o tres en inglés -pero no las conocidas-. Siempre tuvo mala fama el rock francés. Será que estamos demasiado habituados a lo que nos propalan.

El cýber hoy está calmo. Le vendo un cigarrillo al que atiende -se lo quise regalar, se opuso, no insistí-. A mi lado un gordo juega al básquet; el juego tiene figuras de basquebolistas atléticos, altos, pelados, negros. Al otro lado un chiquito de anteojos y pelo que se le para juega a otra cosa, que no veo. La siesta en Coronel Olmedo triunfa con su desidia, su pasar el tiempo, su falta de mate -acá-.

Canta ahora un tipo que probablemente sea africano, y tiene mucha onda. El suelo del cýber está algo sucio. Pasan cada tanto autos y motos. Recién vi una que era un engendro con cruza de bici. En el volante llevaba el tanquecito de nafta. Los chicos estaban reunidos alrededor suyo, y un chico teñido con un poco de rubio la aceleraba clavando el freno, haciendo patinar la rueda trasera.

No se conecta Mara. Hace varios días que no chateo con ella, y extraño un poco su tono desenfadado y cortante de sus 20 añitos intelectualosos. Anda de tía. Se va a divertir en grande.

16 de septiembre de 2007

Medianoche del sábado al domingo. Se está preparando un asado. Con un fernet con coca, con puchos, con el cenicero lejos, escucho música. El televisor, muy de fondo, atrás, como que pasa noticias. Un asado más en mi vida -qué bueno-, y todavía hay poca gente.

El cenicero está lejos, pero el encendedor no. Pero me pongo las pilas. En mi pieza, copiándole a una vieja amiga que hace mucho que no veo, tiro a veces colillas al suelo: para que se apaguen, para no caminar hasta el cenicero. Cuando estoy acostado -y tengo un tachito al lado, pero algunas veces no le acierto-, con la luz apagada, escuchando música, voy tirando cada pucho que me fumo, entre la cama y la pared, al costado. Pared oeste, de allí principalmente llegan los ruiditos del parque.

Entre ayer y hoy estuve escuchando bastante Mozart. Es música que transcurre con facilidad, con ligereza; uno no se puede indigestar con Mozart. Desde el Romanticismo comienza la complicación. Bueno, estuvo Bach, pero es caso aparte. Quizá el Clasicismo fue la época más transparente de la música occidental; algunos conciertos checos para corno, y otros, que tampoco son de los compositores más renombrados, para flauta, denotan el mismo espíritu.

Por lo pronto, fernet con coca y Las Pelotas. Sería contraproducente proponer Hindemith para deglutir el asado. Y ahora aparece Calamaro.

10 de septiembre de 2007

Anoche llovió. Al principio, a eso de la una, cayeron algunas piedras, gordas, pesadas, y el alerito de plástico que bordea, arriba, mi pieza, castigado, hacía más evidente la lenta pedrea. Luego me dormí, después de escuchar un ratito RFI -error de retransmisión de la 94.3, que, para esa hora y según lo que habían anunciado, iba a pasar BBC-.

Amaneció el pasto mojado, hermoso. Algo de barro, mucho de nubes claras, y comenzar el día dejando atrás el comienzo de gripe que me tenía molesto los últimos tres días. Retomé, mate mediante, El Paraíso en la otra esquina, una novela reciente de Vargas Llosa que, hay que admitirlo, no está mal escrita, aunque su principal problema, a mi juicio, es que se destaca más por la elección de sus temas que por el tratamiento que le da al lenguaje.

Quiero decir: cuenta cosas, entrelaza historias, pero no puedo disfrutar del modo en que está escrita. Es bastante transparente, lo que se me hace un problema. Pero estoy seguro de que habrá lectores agradecidos del oficio y habilidades de este autor, que para ellos, sobre todo, escribe. Vargas Llosa tiene otras novelas, más notables, que prefiero. El punto central de mi crítica a esta novela es que, creo, la olvidaré pronto.

De ojotas en el cýber -estar de ojotas es siempre un placer para mí, incluso en invierno, si bien, con los fríos lo estoy, entonces, con medias-, veo los pinos del cantero central de la avenida agitarse levemente por la brisa que, tras la puerta de vidrio, corre afuera. El cýber está más o menos vacío. Pienso que saldré a fumar un cigarrillo, afuera, a ver cómo Telecom arregla uno de sus aparatos -están con la camioneta-, a ver a los vecinos caminar lentamente por el barrio, a ver la vida avanzar lentamente, como una mariposa torpe, sin buscar nada aparentemente, sólo con la modorra y el placer de esperar los buenos calores.

9 de septiembre de 2007

Va a comenzar, en unos días, la primavera, acá en Córdoba. Pero, para mi pesar, pasé los últimos dos o tres días con un principio de gripe. Qué mala pata, yo, que no la sufría desde hace años. Todavía un poquito débil, no dejo, no obstante, de fumar. Acá en el cýber lo permiten y, con una pepsi, me dedico a escribir algunas cosas olvidables, para mí sobre todo.

Olvidables porque la escritura de un blog es muy pocas veces para mí algo que signifique "literatura". No tiene nada de solemnidad -mal que aqueja a la mayor parte de la escritura artística-. Es, más bien, un comienzo de comunicación, dándose, como se da, en el mundo de los blogs una lectura inmediata -y descartable- por parte de los ocasionales internautas. Más que mundo virtual, mundo volátil.

Un chiquito de piernas torcidas juega a mi derecha uno de mercenarios y terroristas. Las perspectivas generadas por el juego, pasillos y cajones de carga, y avanzar a la carrera mientras se dispara a lo loco: vaya a saber si, con una buena ortopedia, el chiquito este podrá en algún futuro correr como lo hacen sus dedos. Por lo pronto dice: "comprar armas, comprar municiones", y se lanza a la aventura, comentándole a otro: "¡le volé la cabeza!", por lo que es calurosamente felicitado. Al ser muerto, se levanta y ratito de la silla, y renguea.

La puerta con rejas me asoma a la luz de la calle. La Ildefonso Muñecas está pavimentada de hace rato, pero las otras no. La Ildefonso Muñecas tiene una ciclovía en su cantero central, y por allí se pasean, a toda hora pero sobre todo hoy, domingo, en vuelta de perro, los jóvenes y los viejos, viéndose, haciendo barrio. Yo, que soy de más allá, del Camino, un poco ajeno a esta fraternidad de verse todos los días, vengo y me voy, para escribir algunas cosas aquí, para leer mails, para ver otros blogs.

Después vendrán las horas de los libros; de Michel Tournier, a quien empiezo a amar; de Vargas Llosa, que cada vez más me parece un gil; de poner un disco u otro y, allí sí, poner cara seria y querer escribir.

6 de septiembre de 2007

Bernardo Kordon es un escritor simpático. Pero tiene escrito un libro, 600 millones y uno (1958), que es un panegírico del estado en que se encontraban la URSS y China en esa época. El título hace referencia a la cantidad aproximada de habitantes de China por ese tiempo. Kordon hace un viaje en el que la maravilla y la esperanza priman: no es que todo sea allí novedoso, sino que observa que la población es mayormente feliz, frente a la realidad de años o décadas atrás, en los mismos lugares.

También leo una recopilación de textos referidos al II Encuentro Internacional de Escritores Antifascistas, que se dio en España en julio de 1937, en plena Guerra Civil. Pese a que la República estaba seriamente amenazada (y sería de hecho vencida por Franco en 1939), se respiraba también en estos textos un gran optimismo. De hecho, la gran mayoría, si no todos, pensaban que iban a ganar.

Textos viejos ya, que chocan con lo que se respira en la Argentina de hoy: individualismo, descreimiento de todo, cinismo. La memoria se borra rápidamente. Hace 60 años, un escritor podía viajar a los países socialistas (viaje quizá pagado por "el Partido", como se le decía), y a su regreso publicar en Buenos Aires un elogio de lo allí encontrado. Hoy, Bernardo Kordon ha sido prácticamente olvidado: a excepción del poema que le dedica Joaquín O. Giannuzzi, donde lo exalta por esas dos virtudes: viajero y cronista.

31 de agosto de 2007

Vi anoche, en devedé, una película de Eric Rohmer, La dama y el duque. Bella película, aunque algo pesada (dura dos horas). Busqué hoy en Google información sobre la misma, y leí varios de los diez primeros resultados. Al parecer, las aguas se dividen entre quienes la consideran reaccionaria (esto es: que la leen políticamente), y quienes encuentran en ella un film de calidad (punto de vista esteticista). Para ser bien maniqueo.

La película se basa en un libro escrito por una escocesa, relacionada con la aristocracia francesa de alrededor de 1789 (esto es: la que cae por la Revolución), que cuenta los horrores a los que debió asistir, cómo, según sus ideales pero sobre todo sus sentimientos, apoyó al bando vencido, y, finalmente, cómo sobrevivió (para así, luego, poder escribir dicho libro).

Los escenarios son irreales. Parecen pinturas neoclásicas, no sólo por los edificios de los exteriores, sino por su coloración. Es una lenta novela a modo de película, con mucho de teatro, que se apoya casi prácticamente en los diálogos. La historia avanza muy lentamente. Sin embargo, el horror, cuando aparece, es mostrado con toda crudeza; por lo demás, hay mucha conversación en interiores, retórica, posiciones encontradas.

Muchos dan por supuesto que los nobles debían morir. Cuando veía la escena de la muchedumbre llevando en una pica la cabeza guillotinada de una aristócrata, inmediatamente pensé en la barbarie pintada por Sarmiento en el Facundo. Las posiciones no son exactamente las mismas, pero la crueldad y el encarnizamiento sí.

Una película que se aparta de varias convenciones; entre ellas, la política. Es subjetiva, puesto que adopta, inevitablemente, el punto de vista de la escocesa. Un detalle curioso: carece de música de acompañamiento, a la vez que no es rápida; eso la hace agotadora, sobre todo si uno trata de no perder el hilo de cada detalle, detalles que a primera vista son simples, pero que si se toma como lección de artesanía digital (al parecer, los fondos son recreados de esa manera, si no entendí mal lo que leí en Google), pesan. Sin música y con pintura: otra manera de hacer cine.

29 de agosto de 2007

Hace poco una amiga me invitó a leer TITTLE-TATTLE. Éste es, o era, un blog que criticaba muy ácidamente distintos eventos del arte cordobés. Lo fui siguiendo un poco, y no estaba de acuerdo muchas veces con el modo en que llevaban a cabo esa crítica, pero, eso sí, no terminaba de disgustarme su lenguaje desinhibido y bien mordaz. Como diría el Negro Álvarez: "¡hiriente!".

Mordacidad, acidez, "hiriencia". Esto resultó a la postre demasiado insultante para algunos, que terminaron hackeando el sitio, amenazando a sus autores/as, etcétera. El sitio era bastante leído, y el quilombo es grande. Puterío de pueblecito, a la postre, pero que no deja de ser significativo si uno lo mira como sintomático de qué caracteriza para muchos a la sociedad cordobesa.

26 de agosto de 2007

Ocupo esta siesta soleada navegando por internet. No me interesa lo novedoso: por épocas. De pronto sí, y paso horas y horas leyendo cosas que olvidaré rápidamente. Un verdadero apabo, según el término y concepto inventados por Ricardo o algún conocido suyo, hace muchos años ya. Porque lo que va quedando son palabras, y apenas si pocas vivencias. Lo pequeño.

Alargo un mate bastante lavado, con mi termo rojo, que no es Lumilagro sino uno cualquiera conseguido en la despensa del barrio. Vieja despensa, de esas que tienen de todo, ubicada en una casona de esquina al estilo de las de Cuquejo, casonas de pueblo, que es lo que era Coronel Olmedo antes de empezar a ser alcanzada por los estiramientos de Córdoba, que se cansó -todavía no, todavía no- de creer en el noroeste y sus sierritas y ahora comienza a mirar al sur, el llano sur de las plantaciones de papas, zanahorias y afines. No me imagino rodeado de countries, pero eso es lo que el viejito del almacén, sabedor de toda noticia -confiable o no-, pronostica.

Hago ruido con el mate. Siesta, final de siesta de domingo. Todavía no almorcé, pero no tengo hambre aún. Kuy ha publicado un poema en dísticos, unos endecasílabos, que es lo único que, entre los pocos blogs que sigo, da indicio de actividad. ¿Nos ponemos vagos con todo este hermoso domingo encima? ¿Nos preparamos los cordobeses para el más de lo mismo que se avecina con las ya inminentes elecciones? Por lo pronto, disfrutamos de la tranquilidad -hablo por todos-, salimos al Parque Sarmiento con un rompevientos, leemos algún libro no demasiado pesado, vemos tele, navegamos. Todo, para acompañar al tiempo; para que el tiempo siga transcurriendo. Eso pequeño.

24 de agosto de 2007

De noche, el cielo iluminado y el aire algo fresco, termino un chat de horas que me pone bien. De todos modos, no termina de convencerme esa manera de hablar dos -o más-, estableciendo una relación que puede estar mediada por kilómetros; podemos no conocer a la otra persona en la vida real -esta forma de expresarse me suena incorrecta- y sin embargo compartir cosas que son más que meras líneas enviadas y recibidas a través de internet. Pero hay algo de separación, de hiato, en estos diálogos, por más que al chat en sí se le hayan ido agregando posteriormente sonido e imagen.

La sensación de leve frustración de después de chatear no se condice con lo sentido durante ese tipo de charlas. Hay algo que no encaja, algo incómodo que hace que nos olvidemos de lo propio del otro; hay algo que queda fuera.

La noche, aun dentro de esta soledad de no tener ahora conmigo a nadie al lado (qué enrevesado decir), es placentera. Termina el chat y miro las nubes leves que se esparcen muy lentamente en vaya a saber qué dirección. El libro terminará de conformar mi rutina de solitario, me olvidaré del mundo internet, y ni siquiera escucharé música, a no ser La orquesta Boabdil, digo, la Orchestra Baobab, que puede que consuma, al tiempo que redacto ociosas páginas de mi Diario, dejando que se escurran las horas -preciosa imagen, no precisa-, haciendo de las horas de la noche mi elemento.

22 de agosto de 2007

No se me da el impulso para escribir nuevos versos (para mi otro blog, al que pueden llegar desde mi perfil). ¿Repetir motivos? Los que manejo, cuando no son literarios, sólo pueden nacer de una vivencia, presente o pasada, pero, eso sí, intensa. La escritura de las prosas de este blog, de "Anotaciones-Tamarit", por el contrario, nacen de cierta morosidad, de un buen tiempo libre, que matiza con algo de escritura de casi siempre nimiedades las lecturas frecuentes, y otra actividades, que ocupan mi vida de, cuándo no, desocupado no urgido.

Me he distraído un poco con la lectura del sitio Sin Dioses, y he encontrado decenas de razonamientos a favor del ateísmo. Uno de los problemas que presenta ese sitio -no lo leí todo- es que adolece de cierto cientificismo cansador, cuando uno conoce otras vías por las que pasar al descreimiento de esas viejas cosas, tan humanas, como lo son las religiones. De todas maneras, está bien que exista ese sitio. No hace daño, y uno puede divertirse afinando sus propios argumentos, o los de ellos.

El día está agradable. En un rato parto, y me esperan sendos largos viajes para cruzar la ciudad y luego volver aquí. He pasado mi buena hora leyendo en otro idioma, cosa que encuentro, actualmente, más estimulante que hacerlo en castellano. Es como si en mi idioma todo hubiera sido ya leído; y es como si las mismas cosas, dichas en otro idioma, tuvieran un sabor infinitamente renovado: como volver a ser el de las primeras lecturas. Aunque esto, claro, no sea del todo cierto.

20 de agosto de 2007

Technorati Profile
"Flauta carnática" es el llamativo, sugerente nombre del instrumento que toca un tal K. S. Gopalakrishnan -si no yerro en la información que manejo-, intérprete de ragas junto a otros músicos (violín, tabla y un instrumento que emite constantemente una única nota a lo largo de cada una de estas extensas composiciones y que no sé cómo se llama), músico del cual grabé un cassette al que vengo escuchando por años.

Lo escucho, ahora, "juntando" dos tecnologías de diversas épocas; yuxtaponiéndolas, más bien: el pasacassette enchufado en la misma zapatilla que alimenta la pecé. Es una música muy agradable, que expresa -no monótonamente: de manera persistente- una misma idea, con innumerables variaciones.

Antes de venirme para acá, estuve al sol, en el parque, en mi sillón preferido, blanco. Si no fuera por la brisa, todavía bastante fría, hubiera disfrutado sin peros de ese rato. De todas maneras, no andaba de remera precisamente. Leía A la sombra de las muchachas en flor, y pensaba en algunas cosas que hace su autor al escribir. Por ejemplo, que el protagonista nunca o pocas veces habla. Que asiste a la conversación de los otros. Que emite sus juicios pero no se los termina de creer o reformular, o bien que no puede mirar indiferentemente a los hombres, los que siguen sorprendiéndolo de las más variadas maneras. También: que comienza señalando algo de otro, se distrae (el narrador: para nunca terminar de explicar) o distrae al lector (el autor: porque tenía una resma nueva) por dos o tres páginas, y retoma, para cerrar, el asunto: de modo sistemático.

No todo pasa por la buena distensión. Ayer pasaban en la tele una de esas películas de Harry Potter. La seguí por un ratito, me dí una explicación probable de lo que sucedería en el resto del film, y me fui a mi pieza, a por Silvina Ocampo. La felicidad idiota que recordaba mi amigo Álvaro de que Cortázar hablaba -no recuerdo haber leído en él esta idea, pero le cabe- ya la hemos empezado a vivir. Hace algunas décadas. En Elogio del amor [por algo], cuando charlan ella y él, los dos saben -lo creen- que la cosa empezó con la tele.

En un libro sobre drogas, hay una foto de una araña a la que le han inyectado LSD. La tela que termina haciendo es graciosa; muy del marote ella, muy perdida. ¿Qué le pasa a la literatura cuando ingresa a internet? Es otro medio -¿como el agua, distinto del aire?; ¿se ahoga?-. ¿Cómo se altera la literatura que prefiere la red? No lo sé, y en eso estoy.

(Otra: le dijeron a un pariente que le estaba mostrando una música hindú a alguien de la India, y éste señaló: "¡pero esta música no es para las tardes!". Así, cada género -quizá: me llegó de oídas la anécdota- tiene una hora, una ceremonia, una ocasión.)

Los que leen cosas como blogs casi siempre van pasando rápidamente de un texto a otro; lo cual es peor que la lectura de los diarios, textos, éstos, que al menos tienen su organicidad como publicación separada.

Cage le decía a una buena señora que ella podía tener todas las grabaciones que quisiera; para ella, todavía no existía la música, no podía darse por enterada de qué se trataba. Tendría que releer esa Conferencia..., que quizá sólo existió cuando el tipo la pronunció, en forma de compases. Sitios en los que se oye música por lo curiosas que son: lugares hastiados, de cultura o no, pero que no pueden sino mentirse sobre el valor de las cosas.

La tabla termina su solo. El tema venía durando una media hora, y ahora acaba de repente.

19 de agosto de 2007

Un día frío, gris: como tantas cosas que pasan. Y pasan, y siguen pasando, y uno se acuerda de la antología de poesía anglosajona de Borges y Kodama (creo), ésa que tiene ese verso que dice, más o menos:

"Estas cosas pasaron. Otras pasarán."

Indecisión entre lo que sucede ahora y lo que se pierde en el tiempo. No me refería al estado de ánimo, aunque, representándome la cara que tengo ahora, la imagino apática, desentendida, con ganas de hacer cualquier otra cosa que estar escribiendo acá.

Como ser estrechado por los brazos de la desconocida: la que nunca llega; la imprevisible. Por lo tanto, me iré a leer probablemente poesía, y no escribiré nada de valor, porque falta mi sensación de palabras, esa que me indica que algo bueno está saliendo. Por lo pronto, un domingo igual me hace amelancolarme del pasado, me hace mirar el mate, frío ya, gris siempre su cobertura de metal, me hace querer recordar la música más que escucharla.

El pasto, quemado por el rigor del invierno, espera a que llegue su primavera. Un sitio tranquilo, un sitio para el olvido, un sitio que transcurre con otro tiempo que el del resto de la ciudad; un sitio de puertas adentro: eso es una casa, que algunas veces no es un hogar. Escribiendo en la penumbra de esta biblioteca, me doy cuenta de que los versos poco valen, de que las palabras poco valen, si se desencajan de lo que le sucede al otro.

Dos mujeres, hace muy poco tiempo, me criticaron cierta actitud en mis respuestas, algo que no veo. No es que no lo acepte, sino que sucede sin que me dé cuenta. ¿Ñañas de envejecido? ¿Ellas son diferentes a mí y no aceptan que diga que soy otro? En todo caso, quedé sorprendido en las dos ocasiones. El otro es una incógnita, y la prepotencia del ser del yo actúa impunemente.

En fin: los libros no contestan. Es la vieja crítica de Platón a la escritura. Los libros no responden y, más allá de que uno les plantee otras preguntas que las que están capacitados para responder, puede suceder, contrariamente, que tratemos a los otros como a textos. Doble peligro, una confusión.

17 de agosto de 2007

¡Date cuenta! ¡Date cuenta! Así termina una prima mía cada elocución que realiza, sobre los más variados asuntos. ¡Date cuenta! Puede estar refiriéndose a los años que acaba de cumplir, al precio de un caramelo, o a que se olvidó una pava en el fuego. Y de ese ¡date cuenta! nos reímos, con mi hermana, y lo parodiamos.

Cada quien tiene su estribillo favorito. Hoy por la siesta me dí cuenta de de quién había sacado mi dichoso "¡qué gracioso!", dicho en tono neutro, serio, rellenante. ¿O fue la otra persona la que lo sacó de mí? Ahora pertenece a un acervo acumulado, compartido, y a la vuelta de los años es un poco triste y un poco sosegante darse cuenta de que uno mismo está hecho con retazos de los otros.

Ahora son las siete menos cuarto de un día más, en el que he abusado de la compu y me la he pasado sin un libro. ¿Noé Jitrik? Pero tendría que encontrarlo, cosa que no logro hacer desde hace unos días. Cosas que se pierden de un saque y que se vuelven a encontrar lentamente, con la morosidad del olvido.

Este Blogger subraya cosas, en rojo, para indicar que "no pertenecen al idioma". Incluso a sí mismo se subraya. ¿O es el Firefox? No perderé tiempo aprendiéndolo: me lo dirá la casualidad. Por lo pronto, me doy cuenta de que la vida es un torrente continuo, que no devora, salvo la muerte, sino que nos muta, da otro color a las cosas y a los sentimientos, muchas veces sin vuelta atrás. Lo mejor que tenemos los seres humanos es reconocernos: desde lo que fuimos, y para ser.

16 de agosto de 2007

Hoy no hay música en el cýber. Con la campera puesta, cerrada, anoto cosas al borde del mediodía. Había una película de jazz, creo que se llamaba Around midnight, que me había gustado mucho. Había pensado en traer un poema de Charles Cros para colgarlo aquí. Ese tipo, francés de fines de siglo XIX, apareció (y así lo conocí) en la Antología del humor negro, y se me quedó grabado su nombre. Conseguí Le cofret de santal (creo que así se llama), y lo voy degustando lentamente.

No termino de entender el verso clásico francés. Por ahí se juntan dos acentos en sílabas contiguas (lo que en castellano está más o menos prohibido), o ésa es la impresión que me causa. De todas maneras, leer a este autor, cuando el verso clásico francés se ha constituido totalmente y se empiezan a buscar más bien innovaciones, quizá no sea lo mejor. ¿Pero qué? ¿Racine? Quedará por leer en el futuro, pero, como manda mi preceptiva: "leer lo que llame la atención, lo que guste, y nunca leer por deber".

15 de agosto de 2007

Nueve de la noche. Qué bueno dormir durante todo el día, para depertarse y sólo tener que leer algo, si pinta. El día no estuvo como ayer. Dicen que llegó a algo así como 32 grados, y me asombra. Nada de maniqueísmos ecologistas: la cosa estuvo suave, agradable, muy que muy llevadera. La visita de un amigo que vive en Italia y que por estos días visita su vieja ciudad -más allá de que nunca le agradó del todo- trajo sus cuentos "primerizos", y una tesis de "Sociología en la ética", en formato de libro; muy bonita, pero en alemán, ¡uy! Adornará mi biblioteca, segundo libro que tengo en ese idioma -el otro es un tomo de Stefan Zweig, vieja edición con llamativos tipos de letra-.

El cýber a esta hora está a medias ocupado. Me trajo un remisero del barrio, grandote y buenón. En su quiosco yo había colgado, a principios de año, carteles para alfabetizar, de un plan que había visto en la tele y que me entusiasmó. No pasó nada. Le comento: "parece que no hay interés, o que todos ya saben leer". Dice él: "no, si son burros, son burros". La cosa es que de los cinco o seis carteles con Inodoros Pereyras que puse ninguno sirvió sino para que fueran descolgados a los meses, haciendo espacio para otros de Coca-Cola o cosas así. Había olvidado, cosa no rara en mí, que vivimos en esta época -como diría Giannuzzi, mejor desesperanzado-.

Ahora está algo fresco. Ayer, que estaba lindo, se levantó un ventarrón molesto a eso de la siesta. Miraba hacia el este, en el campo, y el cielo estaba terroso. Cosa buena, después de todo, vivir en las afueras: todavía se ve el horizonte. Cuando bajamos con Marcos -mi amigo- al centro y caminábamos por la Entre Ríos, antes de cruzar la Chacabuco pudimos ver directamente el sol, sin que nos encandilara: era un disco amarillo, perfecto, a través del aire sucio de las seis de la tarde. Se ponía, allá lejos, y me pareció toda una fortuna, poder verlo así, sin necesidad de un filtro. Incluso la luna, cuando se la contempla a través de un telescopio un poco potente, deslumbra.

Tomamos algo en el Café de los Turcos. Quizá no sean turcos. Pueden ser sirio-libaneses, quizá sean... qué sé yo. Pero escuchar su conversación de sonidos bien guturales, cuando hablan en su idioma -para no ser entendidos-, es algo que hace a Córdoba un poquitín más cosmopolita. Recuerdo que Tim -mi amigo del Norte, descendiente de irlandeses-, viajando a la tierra de sus ancestros, entró a un bar y pidió, en perfecto estadounidense, una cerveza. Algunos parroquianos alrededor de una mesa, que hasta entonces hablaban en inglés, sorprendidos al ver a un tipo de rasgos tan suyos pero mandándose esa gringada, pasaron a charlar entre sí en irlandés, ese idioma que va perdiéndose.

Texto del final del día. Espero mails de algunas personas, y no llegan, y cuento trivialidades, quizá para contármelas a mí mismo. Voces de niños, atrás, viendo algo de lo que dicen "¡qué bonito!", y que charlan entre sí (son dos, quizá tengan seis, siete años: ya son de internet). Se escuchan tiros de algún juego en red; posiblemente más tarde, a eso de las cuatro, o las cinco, se sientan de los otros. Por lo pronto, dentro de un rato me mando a guardar; en mi habitación vacía volveré a creer que el mundo es de los libros.

9 de agosto de 2007

Voy a la presentación de un portal de poesía hecho en Córdoba, y me encuentro con la proyección de la presentación en video. La verdad, debe ser más fácil hacerlo así: quien hablaba debió tener la oportunidad de repasar su parlamento, y de volver a grabar si se equivocaba.

También pasaron un pequeño documental sobre Glauce Baldovin, poeta cordobesa ya muerta. Si uno es benévolo, puede decir que pasar ese documental tiene que ver con parte del pasado significativo de la literatura aquí; si es malévolo, acotar que dicha proyección ocupó un poco de tiempo, que quizá a los organizadores no se les ocurría cómo rellenar. En todo caso, no estuvo mal: estaba bien hecho, y aparecían varias caras vinculadas con la poesía en Córdoba, a algunas de las cuales ubicaba.

De todas maneras, y para completar las bondades del video-presentación, cuando hablaron dos poetas, uno de ellos tropezó bastante al hablar; en su honor, señalemos que sacó fuerzas de flaqueza, propuso una imagen posible de la poesía, y se descargó. El público, agradecido y quizás apiadado -bah, yo al menos-, aplaudió. Luego se pasó a la sección vinos y comiditas, y huí a tiempo.

La cuestión es que esta presentación de portal duró demasiado o demasiado poco: cuando salía partía de la terminal mi colectivo, y no tengo otro hasta dentro de dos horas. ¿Qué hago?: ¿me voy a un café a leer el libro de poemas que traje conmigo, o sigo haciendo perder el tiempo del eventual lector, al alargar esto? Quede señalado, arriba, el link.
Una inhumana fuente del yacer me condena a la espera, dolor de los huesitos acostumbrados a no sentir, de la visión de lo impensado que se aleja. No pasa por decir o no decir, sino que, ubicado, y a la fuerza, en el esquema de la desazón, produzco este texto de toda inercia que no quiere ya nombrar, texto de la voluptás de hacerse esquema desacontecido.

Parabrisas del último sueño, dejo canciones que escuché hace tiempo, dejo la forma de dos trenzas, una que parte y otra que se escribe, y pienso sin más en el sonido de esa lapicera naranja, que, probablemente, se irá con el desliz.

Pero no: se me distiende el ánimo, porque, lejana, siento su aroma de paciencia en el trabajo, aunque se me confundan mujeres, que no sus nombres, que son nada. Golpes en la pared del más allá, no todo es sugestión, y apenas si me aboco a recitar la sintaxis, florida la vocal, vocabulario en ciernes de lo que despoja vahídos.

Así, la producción se me atempera, y mi yo de escribidor trasciende sus posibles, olvidado, y tiempos de la prosa marcan frases, y alguna, blanco y negro, se me destaca en ese torno a la derecha. Para no sentirme inmóvil, digo: "quiero".

8 de agosto de 2007

"El tiempo pasa", escribo, desde hace un tiempo, en mi Diario, con cierta insistencia, quizá con melancolía. Pero no estoy exactamente mal: estoy haciendo lo que de hace tiempo quería, sin culpas, sin vueltas; simplemente los días pasan, y a ellos se añaden pasos, y miradas, y confirmaciones.

Una cierta rutina, tibiamente agradable, en la que vivo sin tontas persecutas, y comienzo a disfrutar, por fin, la década de los treinta personal. Escribo cada tanto algún poema, con diversos estilos y temas, sin ceñirme estrictamente a uno u otro de entre todos ellos, y no pienso en armar un nuevo libro, todavía.

- - - - -

Me pasan el dato de un blog, que por ahora no me llama mucho la atención, porque, como estoy en un cýber, no tengo el ambiente (y, por ende, vuelan las ganas) propicio para leerlo. Ahí, por las fotos, veo que se habla, entre otras cosas, de un problema que tuvo un amigo artista con quienes consideraron que sus cuadros eran reprobables y, por eso, los destruyeron. Toda una historia, en la que no ahondaré ahora. El sitio parece culturoso, y eso también hace que se me vayan las ganas, al menos hoy, de leerlo.

("Culturoso" como la cultura comentada en cierto tono, que me cuesta describir, pero que es característico de la terminación "-oso".)

6 de agosto de 2007

Sin cigarrillos, con poca plata, con una conexión a internet a mi disposición -pero no me puedo quedar aquí por mucho tiempo-, escucho las palabras y la música de una telenovela a mis espaldas. El calefón se enciende por alguien que se baña, y el mate se lava lentamente.

Pondría un poco de música. La casa en la que estoy no tiene nada demasiado interesante: la música nacional, y apenas libros. Encima, la compactera del equipo es quíntuple y aparatosa, por lo que, en el desorden de los discos y sus cajitas, buscar algo que quizás esté puesto o quizás esté en la cajita menos impensada, hace que ponga lo que primero encuentre. Pongamos Euforia, para ver cómo Fito Páez miente sobre el tema.

Botellas de cerveza y fernet (también había gancia). Por aquí pasó una fiesta. Dormí hasta las quichicientas, en una cama desde donde se oía el televisor y la pelea de turno de alguna película mala (por suerte no se pusieron a coger los anfitriones). En el cálculo de los tiempos del párrafo, me doy cuenta de que falta decir algo, por lo que sigo escribiendo. Pero nada que sea llamativo (a mi conciencia, no como simple "efecto", que no existe, hacia el lector) surge. Sólo las ganas de no decir nada.

Sin cigarrillos: eso es el dolor para el fumador que recién despierta. Descansado, como ya dije, viviendo un puro presente divertido, me recomiendan Alamut, de un autor cuyo nombre ya no recuerdo. Lástima que esté en inglés (la traducción). Lástima que incluso ese ejemplar esté más allá del océano.

Mi prima, recién bañada, luce su remerita negra que estrena. Once y seis con otra instrumentación; quizá más lenta, quizá más cierta. El Libro de los Adioses todavía no fue escrito.

2 de agosto de 2007

Las empanadas se acabaron

"¡Ésta es mi feroz canción!"
(Spinetta)
para Mara
-Danza, y hacer palabras,
malabarismos ahuecados, idos,
un término, otro trueno,
alguna confusión, que escampa.
"Paradero final, pautado
y sin desprendimientos. Variación
que coincide con el siglo.
"Amojamado verbo, las pelusas
enfrentadas y no contraproducentes,
aquiescencia o tablas
en vértice voraz: complejos.
"Lo paralelo, nido de la saciedad,
o de colapsos con resultante en niño,
y lentejas, como para que no desees."
-Sí, pero ¿qué pedir?
- - - - -
(23/07/2007)

30 de julio de 2007

La dosificación de fotos es una habilidad a cultivar. Cuando algunas personas que se han ido de viaje con sus cámaras vuelven con 500 fotos y pretenden que veamos cada una de ellas, hay algo que va mal. Puede que ellas mismas vean como por primera vez la imagen gatillada. Pesadez y sopor, la contemplación de foto tras foto tras foto se vuelve secreto odio hacia quien nos castiga de ese modo.

Mejor que eso, tener fotos privilegiadas, y reconocer momentos clave para mostrar una u otra, hacen al cultivado en tales sorpresas, que bien agradecemos.

27 de julio de 2007

Dardos sobre una diana, en la pared. Un volante, para jugar a las carreras. Más allá, una mesa de ping-pong. El equipo de música, apagado. La televisión, que pasa un capítulo de los Simpsons. Estoy en casa de mi prima y su pareja. Ella trabaja para una materia de arquitectura; él se fue a trabajar. Vine a por una bufanda -hermosa-, y estoy haciendo tiempo para otro compromiso. El viaje me insumió alrededor de una hora y media, quizá dos: Córdoba crece, crece siempre. En extensión, quizá, aunque no para bien de sus habitantes.

Va a ser la una y media. Me agarra un hipo, supongo de todo lo que me atoré comiendo anoche. Una pizza, un par de empanadas, carne, criollitos luego, acostado en la cama. Estuve escuchando bastante música, quizá tres discos, y me dormí alrededor de las cuatro. A las ocho ya estaba en pie, habiendo pesadillado. Una comida cargada, etcétera. Me copé con Hot Lips Page, anoche, le escuché cosas que no le había sentido antes. Confesemos que no lo escucho muy seguido. Varios discos de una revista italiana de jazz, con especiales de distintos músicos en cada número.

Para continuar "agotando" dicha colección, me dí hace un rato con Gil Cuppini, y un poema se dio, en el que imitaba el tono de Ray Bradbury dando consejos para soltar la pluma. Humor interno, mates, y unos Gitanes que ya acabé. Es extraño escribir por la mañana. Cuando uno escribe un poema, generalmente da el día por terminado: por eso conviene escribir de noche. Después no se podrá hacer nada más; el día, repito, está acabado.

23 de julio de 2007

Las tardecitas de barrio de las afueras son agradables. Lo son más, al menos, que las de directamente las zonas rurales. En casas rodeadas de sembradíos, donde hay que caminar varios metros hasta llegar a la próxima casa, lo que queda, en invierno, es cobijarse del frío en las habitaciones, vacías, de poco mobiliario: lo conocido. En el barrio, después de caminar uno o dos kilómetros, el ambiente del cýber alcanza calores de cuerpos cercanos, y ese murmullo constante que de pronto sube por un chiquito jugando en red. Muchos chatean, aunque ahora no hay demasiada gente aquí. Porque la generalización oculta el testimonio.

Al parecer, todos se conocen. Yo medio que sería el gringo. Gracioso mote, para uno que nació en la misma ciudad. Porque marcan mucho los barrios, que son cantados, no por el rock porteño, sino por el cuarteto, curtido de presencias (y ausencias) cotidianas.

. . .

Anoche le dí 25 centavos a un tipo que me los pidió, en el centro. Yo estaba con un amigo, que se puso en no prestar demasiada atención al pedigüeño; yo en cambio me puse a darle charla, no sé por qué, en plan amigable. El tipo se endulzó. "No hay que ser de ocultarse", decía, y no le entendía mucho. Después se apencó hasta que llegó el colectivo que esperaba. Habíamos quedado en que nos volveríamos a ver y que tomaríamos una cerveza. Mi amigo se fue, yo tomé el colectivo, y el tipo quedó plantado ahí, con su moneda plateada de 25.

Tipos que necesitan el no rechazo de los otros y que, acostumbrados por pedir a que los desprecien o los ignoren (paisaje en el paisaje), un mínimo de atención los emociona, pero falsamente, porque ahí cumplen el rol de la amistad, y simulan su carácter; como todos.

17 de julio de 2007

Estoy leyendo una novela de un tal Eduardo Mendoza, si mal no recuerdo su nombre. Por lo que leí en la red, es un autor afamado de 20 ó 30 años a esta parte, más o menos, español para más datos. La novela consta de unas 540 pp. aproximadamente, y es llevadera (Divididos dixit).

Una cosa que me molesta -porque la historia transcurre alrededor de 1900, en Barcelona; entre dos Exposiciones Universales que se realizaron en dicha ciudad, más exactamente- es que el autor, que se informó de detalles históricos y edilicios de Barcelona para esa fecha, traslada los datos recabados a distintas páginas de la novela, sin hacerlos materia literaria, sino simplemente como copiando oraciones de sus manuales al libro.

No queda mal, pero tampoco me agrada. De todas maneras, la novela es liviana y se deja digerir fácilmente. Es una novela de entretiempo: una pausa entre lectura y lectura de otros libros que una amiga llama más exigentes, o "no para cualquiera". Pero libros lo son todos, y pasarla bien con un texto es lo principal: como que, si no le da el cuero a uno y además disfruta de lo liviano, para qué exigirse.

Ese criterio de lo fácil y lo difícil es más bien tonto. Es una tontería de la inteligencia, al menos como frase o parámetro. Cierta distancia que simula el inteligente, quizás. O cosas de la edad.

12 de julio de 2007

El día, nublado, me alienta a sumergirme en los libros. Llevo una hora navegando, maileando, leyendo y escribiendo frente a la telaraña de lo todo, pero calculo que hoy seré sabio y suavizaré mi vino, como decía Horacio, y no pospondré mis anhelos para una tardía satisfacción. Abandonar la deriva monstruosa de la red, no prenderse a su chaleco tintineante por horas, será saludable.

Así que, como decía Gelman, aunque para otra cosa, "Basta. Por hoy / el saco cuelgo..."; y me pondré a leer las sesudas disquisiciones, o los frívolos desplantes, de lo impreso en papel, porque así era antes (no sólo para el mundo: para mí).

Ya sé, ya sé: me desmadraré, me hartaré, querré ver el correo, de paso consultaré Bloglines, me ocuparé de leer prolijamente "lo nuevo": la actualización, la apostilla, lo último que se sume a La Gran Cadena, pero... Un mínimo de esfuerzo, y cacho un libro.

11 de julio de 2007

Tomo mates algo trancados. El tiempo pasa. Me da el sol en la mejilla, aunque no es cachetada sino, lugar común, suave caricia cálida. Se siente el viento tras la ventana, chifleteando despacito. Siesta de otoño, nadie duerme aquí.

Dentro de una hora me toca viajar en colectivo. Terapia, eterna terapia (ríe "el revolú"): y no consigo ver claro aún. ¿Se dará? ¿La cosa consistirá en ver claro? ¿Andar tranquilo? ¿No exasperarse mal? El psicoanalista tiene siempre la misma cara, las mismas frases, los mismos tonos; como yo, probablemente. Pero uno no consigue verse a sí mismo centrado. En reposo, a veces, sí; pero centrado, ni a palos.

...

Recuerdo que un escritor joven puso publicidad en las paredes, como si fuera un político, sobre el lanzamiento de su libro, hace algunos años. A mí me daba un poco de impresión y, claro, nada de ganas de comprar su libro; pero Girondo había hecho también su publicidad para no sé qué volumen. Claro que la publicidad de ese tiempo no era tan bestial, tan arrebatadora, como la que se hace actualmente. Pobre centro: das un paso y todo luce nuevo.

La novedad, la de lo reluciente... Y esto, que no ha comenzado recién, continuará, no sé por cuánto tiempo...

10 de julio de 2007

Me da, no pereza, sino cierta indecisión sobre qué escribir ahora. Probablemente, no encuentre el lector nada interesante en esta entrada. Es decir, sólo la paciencia de redactarla.

La otra semana salió apenas un poema y, sobre el fin de semana, en un mismo día, otros dos. Nada que ver con mi "ritmo de producción" de hace diez años. Una chica me preguntó hace poco sobre si estaba pensando en publicar otro libro. ¿Cuál, si lo que escribo es todo desordenado, sin criterio común, algo que pruebo por acá, por allá, sin unidad de estilo? Tal vez lo que esté "escribiendo" sea este mismo blog, únicamente este blog, con la angustia del "no sale nada".

Leo el siempre notable Martínez Estrada; quiero decir, su poesía. Tiene razón Borges al recomendarlo, y también al decir que ha sido olvidado. No termina mi oído de adaptarse a sus innovaciones en el terreno del eneasílabo, verso poco practicado. Más allá de eso, es un viejo quejoso, indómito.

Me acuerdo de un poema de Nicotra. En él, un tipo habla sobre los poetas: asombrado al principio, desencantado después, para terminar viéndolos tan humanos. Debemos ser bichos raros, muy raros, a los ojos de quienes no han sentido el gustito de los versos. No por sino de.

En fin, me adentro en el francés de Idéogrammes en Chine, de Michaux. Laboriosa labor con diccionarios, y el asombro por lo que cuenta, el modo en que lo cuenta y, por supuesto, ganas de aprender chino, de leerlo, de no perderme.

9 de julio de 2007

Nieva en Córdoba. Pero no siento frío: la casa está calefaccionada. Mi cuerpo, adormilado todavía, no descansó bien. Fueron pocas horas de sueño. Estuve hasta tarde escribiendo algunas cosas, leyendo el diario, escuchando música.

La máquina zumba, sopla constantemente, de una forma notable. La tecnología se degrada, pero quedan sus restos, y sobreviven, en países como Argentina, por caso. La nieve todavía cae, y nos sorprendemos: por un segundo apenas. Luego volvemos a nuestra computadora, al interior de la electricidad, y nos aislamos, comunicándonos, de ese paisaje extraño para esta ciudad.

8 de julio de 2007

Pasar los días en ojotas, en este invierno cordobés. Frío en los pies, y, cuando me acuesto, imagino que me amputan los dedos, fiebre familiar. Mi pieza es helada, pero aquí, en la biblioteca, llega el calor cercano de las chimeneas, y de los radiadores. En ojotas en invierno (construcción que le sonaría mal a Onetti), y no me resfrío. Como un contraste, los pies, allá abajo, como no míos, y yo, aquí, abrigado y serio.

Ya llegó la noche. Los vidrios la muestran, no se ve casi nada de afuera. El reflejo habla de una mísera bombita -y podrían ser tres-, en el techo. Su fanal hace que la iluminación sea aún menor, pero la luz del monitor se refleja en el teclado, y se puede continuar escribiendo. Zumba la máquina, hay visitas, y no es que me cierre, pero no me seduce "compartir momentos". Hablar de cosas que no me interesan, practicar la sociabilidad con las caras de siempre: no, gracias.

Pero me acercan algo: Lina Nyberg, Open. No me sonó mal, y lo volveré a escuchar. Las horas de la música, de estar realmente dentro de la música, las voy recuperando: costosamente. Ése es el problema, con la música: cuando nos motiva a pensar en otras cosas, cuando no estamos dentro de los sonidos, se desmerece la música. Y es cosa de pena -como dirían los españoles viejos- para mí, habiendo sido músico, habiendo experimentado ese aspecto de inmersión en la música.

3 de julio de 2007

Opiniones que me llegan como un golpe, aunque sea silenciosamente. Son las peores, son las que más perduran en mi memoria y a las que más me atengo, dándoles la vuelta, intrigado, fascinado.

Curiosa angustia, la de luchar contra el fantasma de una frase. Puede ser algo leve, curioso, algo deslumbrador, algo atormentante. No podemos eludirlas, hasta que, pasados quizás años, nos encontramos encontrándolas ridículas, y luego las recordamos cada tanto con cariño y algo de sorna.

(de mi Diario)

2 de julio de 2007

Qué vacío provoca leer durante todo un día. Acabo un libro, la inercia ejerce, pero ya ningún otro libro me satisfará. Ayer terminé Poesías completas I, de Silvina Ocampo, en la edición en dos volúmenes de Emecé; avancé con El último oficio de Nietzsche, molesto libro de Tomás Abraham, que con la relectura mejoró, no obstante; y terminé la primera parte de A la sombra de las muchachas en flor.

Ya había pasado la medianoche, y no tenía sentido seguir leyendo. Es en esos casos que me viene bien agarrar mi Diario, y anotar cosas, tal como lo hago acá. Recupero mi cadencia, escribo escuchando música. Suavecita, no sea cosa de que tape el descansar de mi cabeza.

27 de junio de 2007

Por suerte, andamos bien de sol, hoy. Por la mañana estaba bastante fresco, pero ahora, a la siesta, la temperatura es agradable. Se puede, por ejemplo, leer al aire libre: no hay casi brisa, los perros no te ladran ahí nomás. Costumbre de los perros de estar al sol, en invierno; y de los que van de vacaciones, en verano.

25 de junio de 2007

Una taza de café con azúcar, y del líquido se desprende el vapor al acercar la taza a los labios, se hace visible, se hace rico. Una taza de café con azúcar, nada de leche, nada de crema, y la computadora no peligra, porque ando bien -ahora- del pulso, y veo un pañuelito de papel, doblado, usado, y veo un mate abandonado, así, porque sí, o bien porque ya no daba más de sí, al lado del monitor. Una taza de café con azúcar, negra, que rozo con el meñique cuando aprieto las teclas de la izquierda, y siento tibieza y dulzor en el dedo meñique, estirado, estirado al escribir.
Tomo un sorbo de café, y es la siesta, la de la tranquilidad y el ocio, y me acuerdo de fragmentos de poemas amorosos. El otro día, hablando de pasados amores, tomé un libro, despectivamente, entre pulgar e índice, y dije: "esto es todo lo que queda de un amor"; yo lo había escrito, y dedicado, hace años ya, y la situación social de la cerveza con otros me permitió esa impiedad.
Pasan los minutos. Un buen cigarrillo solucionaría muchas cosas. Pienso en él, pienso en cómo terminar esta entrada, y se da el dilema: no quiero hacer algo con lo que no me sienta conforme, hoy, pero quiero, como siempre, fumar un cigarrillo más. Como siempre, el texto pulido queda para una siguiente entrada, y me limito a dar fin a este torpe ensayo, que si lo trabajara quizá mejoraría un poco.

22 de junio de 2007

No se piensa en nada cuando se escribe. Una hormiguita recorre mi teclado y se mete por entre las teclas, después sube a mi brazo. La aplasto entre los dedos. Por no pensar me refiero a no planificar la escritura demasiado. Y no es que quiera que esto sea un, como se dice a veces, vómito, sino que dejo correr las palabras, tranquilamente, quizá pasivamente.
El sol ilumina agradablemente el parque. Se oye a las loras protestar y, en la palmera, las palomas aguardarían. Sembrado de cacas, el piso alrededor, como un abono lento de la tierra que sólo favorece ese sector; porque no se lo recoge, porque espera y espera, y las raíces de la palmera crecen.
Una cama tendida, sin colchas ni sábanas. Lo que está tendido es el cubrecolchas, estampado de flores, y la almohada cerca mío. Cada casa se ordena y organiza un poco al azar, pero guardando la inercia de sus costumbres. Así, esto, que fue pieza de mi hermano y mía, ha pasado a ser la biblioteca, pero yo no sé cuándo, y no de repente. Aparte, es la pieza de la computadora, y algunos cuadritos horribles decoran las paredes.
Siguen las loras gritando, las muy jetonas. Aunque su pico es chico, ellas son así, y no sé a qué le gritarán. Excitadas de tan verdes, son lo único que no está en calma ahora; pero se las siente un poquito lejos. Ahora callan.

21 de junio de 2007

Se escucha un rock -o una de sus variedades, que son infinitas y que no conozco- en inglés, con un cantante de voz aguda. Debe ser famoso, pero no sé quién es. Llega el sonido de atrás, como ya una vez escribí, y es una pequeña bola sonora: saturada.
Dos chicas a mi izquierda consultan algo en una sola máquina. A mi derecha, hay un hombre mayor, haciendo lo propio. Pero no somos tantos: de las chicas me separan dos sillas vacías; del hombre, tres. Es la terminal, lugar muy de paso, a no ser que haya otro motivo para visitarla.
Como hace muchos años ya, cuando venía con mi novia, y leíamos a Balzac para Introducción a la Literatura, y lo leíamos en voz alta, turnándonos, soñando hacer toda la carrera juntos, totalmente a la par.
Leía hace un rato poemas de un heterónimo de Pessoa, y me daba una linda melancolía. Miraba cada tanto los colectivos que llegaban, o los que se iban, y esperaba. Pero falta un poco todavía como para tomar mi interurbano. Y Pessoa se merece que le convite unos mates, y leérselos a Fito -el perro de mi hermana-.
Perrito negro, inteligente y tranquilo, que me acompaña cuando camino por el parque, muy de vez en cuando, cuando me digo que voy a hacer ejercicio todos los días.
El tiempo pasa, pero no tan rápidamente. Ganas de abrazar.
Ella guarda silencio. Quizás haga otras cosas. Hojear desganadamente un libro. Irse con la música que eligió escuchar. Jugar a un Buscaminas que no sé si todavía existe, intentando batir el récord de los 10 segundos.
Esteban andaba por los 13 ó 14. Primero hacía tres o cuatro clics azarosos y, si estallaba una bomba, comenzaba de nuevo; lo mismo si no se aclaraba el panorama. Ignoro cómo firmaba sus récords. Pero podía estar horas enteras a la espera de una llamada telefónica.
Cuando Mariana llamaba y atendía mi hermana, ésta se burlaba de ese tono gangoso y snob de la gente del Cerro. Yo atendía la llamada, y quedábamos en vernos en el cafecito de siempre -el de las 4 ó 5 veces que nos vimos-, y nada pasó.
Desde un bar cualquiera, estamos los tres hombres, aburriéndonos con lo que leemos y con que las mujeres estén del lado de afuera, ése en que no se les puede dirigir la palabra, porque es regla en esta ciudad.
Ella hojea un libro, o quizá mire por la ventana, si es que hay una -o dos- en su pieza, si es que está en su pieza, si es que es ella, mujer, y no un hombre, por ejemplo; pero no podría serlo.

20 de junio de 2007

Otra cerveceada, casual, esta vez. Salgo de clases, y me encuentro con un amigo, poeta como yo -según decimos-, y decidimos ir a tomar una cerveza barata. No por la marca, sino por el lugar. En el camino, nos encontramos con mi profe de inglés y buen amigo, y ya somos tres para ver pasar chicas y beber.
Las cuales chicas, esplendorosas y bien abrigadas, van luciendo sus piernas y culo -de ida- o sus rostros increíbles -viniendo-, y no me deja de asombrar su variedad y hermosura. Cansa verlas, de tan bellas que son, todas, cada una.
Conversamos y vemos libros, y descorchamos -destapamos- y brindamos, y va pasando una hora, otra. Mi profe es de EEUU y se defiende muy bien con el castellano; sorprendentemente bien. Él mismo confiesa que los yanquis se miran el pupo y no saben nada de lo que sucede más allá de su país. Viven mentidos, y él lo dice por experiencia propia.
Leo un viejo poema de Lamborghini para los demás, y nos ponemos a pensar sobre si su fuerza poética viene dada exclusivamente por sus verdades morales, o si esa poesía tiene algo más que el impacto de su contenido. Mi amigo poeta prefiere a Gelman, pero para mí son tan distintos que no hay punto de comparación.
En fin, llega la hora de partir. El frío cala los huesos. Me espera la audición de un disco de Spinetta, agenciado horas antes, y dormir.

19 de junio de 2007

Día frío, noche helada. Y tomar cervezas en una mesa al aire libre, para poder fumar. Después de un tiempo, no se siente: como cuando te metés a un lago helado del Sur, aunque sea verano, o porque es verano. Nadar: ¿cuánto hace ya que no nado esas 100 piletas diarias, en la buena estación, la de los cuerpos deslumbrantes? La última vez, nadé 10 ó 12, y gracias.
Y después, me prendí un pucho. O dos, o tres, lo importante era respirar. Ahora mi espalda está bastante desastrosa; como le dije a una amiga, ando algo destartalado. O bastante, tanto para el amor como para la guerra -si nos ponemos en latinos-.
Tomo mates con el estómago vacío, lo cual es una aventura y un riesgo.

14 de junio de 2007

Aletargado, difuso, tomé un buen café en taza cabedora, dulce. Como para espabilarme. El día, un poquito largo, terminará con mi regreso a las once de la noche. Total, un turno con mi psiquiatra y luego mis nuevas clases, como para sentirme contento. Ha llovido un poco, acá en Córdoba, y voy a tener que salir con campera, cosa que no me gusta. Todavía no se ha modificado ese asunto de que estemos a merced del tiempo, del clima, de cómo se presente o pinte el arriba.
Las losas, torpes, que sirven de borde al jardincito de la pared norte, están mojadas. Las veo a través de la ventana de la biblioteca, y veo un limonero, de pequeños limones sutiles, y veo aparte un ciprés, más allá, donde, del otro lado, está mi colección de cactus a la intemperie. No los riego, los dejo crecer a como vengan, y ellos afuera y yo adentro, compartimos un mismo lugar. Del lado más favorable, tenía que estar. Aunque, esos cactus que crecen en el interior de las casas, sobrealimentados y sobrecobijados, deformes, no van.
Se va acercando, lentamente, la hora del almuerzo. Fumaré un cigarrillo, leeré alguito, me aburriré. Todo este post es de espera: como casi siempre sucede, cuando no se tienen intenciones literarias. Aunque, cuando se escribe algo literariamente, tantas veces he estado esperando, también. Ocupo el tiempo.

13 de junio de 2007

Un dolor de panza al tomar mates amargos, y nada más, después de haberse desayunado con un valnar y dos lithiun. No me atrae comer pancitos con dulce o cosas así. Desayuno gaucho, y a aguantarse.
Acaban de correrse las nubes que velaban el sol. Se acerca el mediodía, ladra un perro, y me duele la panza. Me rasco la rodilla, pienso si tomaré otro mate, escribo. Pequeñas cosas anotadas, que no pretenden hacer un mundo, sino estar, por aparecer, digamos. Como una hilera de hormigas más.
Ayer encontré uno de los poemas de Antonio Machado que me gustan. Lo releí, lo dejé estar en la conciencia, lo olvidé, y ahora miro el libro, que está acá nomás, y lo vuelvo a recordar. Un poema muy corto, que dice más o menos que lo peor de la caducidad de nuestra condición es que luego quizá toda nuestra vida, nuestras pasiones, todo lo que nos hizo, quede en nada. Está escrito con signos de interrogación, pero podrían haber sido de exclamación, de azorada exclamación.
Me pregunto cuántas pastillas habré tomado en mi vida. Hubo épocas en que tomaba 13. Mal signo. Ahora tomo 9: mejoró la cosa.
El mate se va enfriando: por escribir, lo abandono.

11 de junio de 2007

Mujeres que en invierno apenas sonríen si van solas en la calle. ¿Posan serias? ¿Hay seducción en ellas, aparte de su tacón que marca distancias regulares? Vestidas en diferentes tonos, para que, combinándose para la vista en su circulación, respiren la temperatura ambiente de ya ninguna bufanda; porque los días, agradables, piden tan sólo un pulóver, y la campera.
Noticias en la tele, que son nada más que el sonido, porque tipeo aquí. Martilleos incoherentes, tomados en el momento. Sucesión de noticias, que intento ignorar. Alguno habrá que mire el aparato, puesto más arriba, para que nos irgamos.
Rara palabra, "irgamos". ¿Estará bien conjugada? Quizá sea "yergamos". Pero la indiferencia ante la petición de corrección posible, hace que anote las dos formas. Formas como escafandras para un no buceo, para un permanecer en la superficie, a lo sumo en el 2º piso.
La noche va imponiéndose muy rápidamente. Número 2, mi máquina. Mi espalda, cansada de no hacer caminatas más que fumando, apenas caminatas, distancias cortas y apresuradas que hacen que me agite, y transpirar.
Dulces los sonidos de un grupo de rock, con un alto obstinado en la guitarra, marcando sólo dos notas, que se corta cuando pasan a la parte B del tema. ¿Te acordás, Edu? Intro, A, A, B, etcétera. Partes para la improvisación sencilla, partes para la prolijidad de la frase, tiempo joven de otra tarde en que, sala de ensayo, aprendíamos.
Y todas las mujeres no son su suma, y creo que tampoco serán su esencia, sino ese desfilar de rostros particulares, la sucesión de un rostro y otro rostro, en que se albergan sus diferentes medidas de querer o no.