30 de julio de 2007

La dosificación de fotos es una habilidad a cultivar. Cuando algunas personas que se han ido de viaje con sus cámaras vuelven con 500 fotos y pretenden que veamos cada una de ellas, hay algo que va mal. Puede que ellas mismas vean como por primera vez la imagen gatillada. Pesadez y sopor, la contemplación de foto tras foto tras foto se vuelve secreto odio hacia quien nos castiga de ese modo.

Mejor que eso, tener fotos privilegiadas, y reconocer momentos clave para mostrar una u otra, hacen al cultivado en tales sorpresas, que bien agradecemos.

27 de julio de 2007

Dardos sobre una diana, en la pared. Un volante, para jugar a las carreras. Más allá, una mesa de ping-pong. El equipo de música, apagado. La televisión, que pasa un capítulo de los Simpsons. Estoy en casa de mi prima y su pareja. Ella trabaja para una materia de arquitectura; él se fue a trabajar. Vine a por una bufanda -hermosa-, y estoy haciendo tiempo para otro compromiso. El viaje me insumió alrededor de una hora y media, quizá dos: Córdoba crece, crece siempre. En extensión, quizá, aunque no para bien de sus habitantes.

Va a ser la una y media. Me agarra un hipo, supongo de todo lo que me atoré comiendo anoche. Una pizza, un par de empanadas, carne, criollitos luego, acostado en la cama. Estuve escuchando bastante música, quizá tres discos, y me dormí alrededor de las cuatro. A las ocho ya estaba en pie, habiendo pesadillado. Una comida cargada, etcétera. Me copé con Hot Lips Page, anoche, le escuché cosas que no le había sentido antes. Confesemos que no lo escucho muy seguido. Varios discos de una revista italiana de jazz, con especiales de distintos músicos en cada número.

Para continuar "agotando" dicha colección, me dí hace un rato con Gil Cuppini, y un poema se dio, en el que imitaba el tono de Ray Bradbury dando consejos para soltar la pluma. Humor interno, mates, y unos Gitanes que ya acabé. Es extraño escribir por la mañana. Cuando uno escribe un poema, generalmente da el día por terminado: por eso conviene escribir de noche. Después no se podrá hacer nada más; el día, repito, está acabado.

23 de julio de 2007

Las tardecitas de barrio de las afueras son agradables. Lo son más, al menos, que las de directamente las zonas rurales. En casas rodeadas de sembradíos, donde hay que caminar varios metros hasta llegar a la próxima casa, lo que queda, en invierno, es cobijarse del frío en las habitaciones, vacías, de poco mobiliario: lo conocido. En el barrio, después de caminar uno o dos kilómetros, el ambiente del cýber alcanza calores de cuerpos cercanos, y ese murmullo constante que de pronto sube por un chiquito jugando en red. Muchos chatean, aunque ahora no hay demasiada gente aquí. Porque la generalización oculta el testimonio.

Al parecer, todos se conocen. Yo medio que sería el gringo. Gracioso mote, para uno que nació en la misma ciudad. Porque marcan mucho los barrios, que son cantados, no por el rock porteño, sino por el cuarteto, curtido de presencias (y ausencias) cotidianas.

. . .

Anoche le dí 25 centavos a un tipo que me los pidió, en el centro. Yo estaba con un amigo, que se puso en no prestar demasiada atención al pedigüeño; yo en cambio me puse a darle charla, no sé por qué, en plan amigable. El tipo se endulzó. "No hay que ser de ocultarse", decía, y no le entendía mucho. Después se apencó hasta que llegó el colectivo que esperaba. Habíamos quedado en que nos volveríamos a ver y que tomaríamos una cerveza. Mi amigo se fue, yo tomé el colectivo, y el tipo quedó plantado ahí, con su moneda plateada de 25.

Tipos que necesitan el no rechazo de los otros y que, acostumbrados por pedir a que los desprecien o los ignoren (paisaje en el paisaje), un mínimo de atención los emociona, pero falsamente, porque ahí cumplen el rol de la amistad, y simulan su carácter; como todos.

17 de julio de 2007

Estoy leyendo una novela de un tal Eduardo Mendoza, si mal no recuerdo su nombre. Por lo que leí en la red, es un autor afamado de 20 ó 30 años a esta parte, más o menos, español para más datos. La novela consta de unas 540 pp. aproximadamente, y es llevadera (Divididos dixit).

Una cosa que me molesta -porque la historia transcurre alrededor de 1900, en Barcelona; entre dos Exposiciones Universales que se realizaron en dicha ciudad, más exactamente- es que el autor, que se informó de detalles históricos y edilicios de Barcelona para esa fecha, traslada los datos recabados a distintas páginas de la novela, sin hacerlos materia literaria, sino simplemente como copiando oraciones de sus manuales al libro.

No queda mal, pero tampoco me agrada. De todas maneras, la novela es liviana y se deja digerir fácilmente. Es una novela de entretiempo: una pausa entre lectura y lectura de otros libros que una amiga llama más exigentes, o "no para cualquiera". Pero libros lo son todos, y pasarla bien con un texto es lo principal: como que, si no le da el cuero a uno y además disfruta de lo liviano, para qué exigirse.

Ese criterio de lo fácil y lo difícil es más bien tonto. Es una tontería de la inteligencia, al menos como frase o parámetro. Cierta distancia que simula el inteligente, quizás. O cosas de la edad.

12 de julio de 2007

El día, nublado, me alienta a sumergirme en los libros. Llevo una hora navegando, maileando, leyendo y escribiendo frente a la telaraña de lo todo, pero calculo que hoy seré sabio y suavizaré mi vino, como decía Horacio, y no pospondré mis anhelos para una tardía satisfacción. Abandonar la deriva monstruosa de la red, no prenderse a su chaleco tintineante por horas, será saludable.

Así que, como decía Gelman, aunque para otra cosa, "Basta. Por hoy / el saco cuelgo..."; y me pondré a leer las sesudas disquisiciones, o los frívolos desplantes, de lo impreso en papel, porque así era antes (no sólo para el mundo: para mí).

Ya sé, ya sé: me desmadraré, me hartaré, querré ver el correo, de paso consultaré Bloglines, me ocuparé de leer prolijamente "lo nuevo": la actualización, la apostilla, lo último que se sume a La Gran Cadena, pero... Un mínimo de esfuerzo, y cacho un libro.

11 de julio de 2007

Tomo mates algo trancados. El tiempo pasa. Me da el sol en la mejilla, aunque no es cachetada sino, lugar común, suave caricia cálida. Se siente el viento tras la ventana, chifleteando despacito. Siesta de otoño, nadie duerme aquí.

Dentro de una hora me toca viajar en colectivo. Terapia, eterna terapia (ríe "el revolú"): y no consigo ver claro aún. ¿Se dará? ¿La cosa consistirá en ver claro? ¿Andar tranquilo? ¿No exasperarse mal? El psicoanalista tiene siempre la misma cara, las mismas frases, los mismos tonos; como yo, probablemente. Pero uno no consigue verse a sí mismo centrado. En reposo, a veces, sí; pero centrado, ni a palos.

...

Recuerdo que un escritor joven puso publicidad en las paredes, como si fuera un político, sobre el lanzamiento de su libro, hace algunos años. A mí me daba un poco de impresión y, claro, nada de ganas de comprar su libro; pero Girondo había hecho también su publicidad para no sé qué volumen. Claro que la publicidad de ese tiempo no era tan bestial, tan arrebatadora, como la que se hace actualmente. Pobre centro: das un paso y todo luce nuevo.

La novedad, la de lo reluciente... Y esto, que no ha comenzado recién, continuará, no sé por cuánto tiempo...

10 de julio de 2007

Me da, no pereza, sino cierta indecisión sobre qué escribir ahora. Probablemente, no encuentre el lector nada interesante en esta entrada. Es decir, sólo la paciencia de redactarla.

La otra semana salió apenas un poema y, sobre el fin de semana, en un mismo día, otros dos. Nada que ver con mi "ritmo de producción" de hace diez años. Una chica me preguntó hace poco sobre si estaba pensando en publicar otro libro. ¿Cuál, si lo que escribo es todo desordenado, sin criterio común, algo que pruebo por acá, por allá, sin unidad de estilo? Tal vez lo que esté "escribiendo" sea este mismo blog, únicamente este blog, con la angustia del "no sale nada".

Leo el siempre notable Martínez Estrada; quiero decir, su poesía. Tiene razón Borges al recomendarlo, y también al decir que ha sido olvidado. No termina mi oído de adaptarse a sus innovaciones en el terreno del eneasílabo, verso poco practicado. Más allá de eso, es un viejo quejoso, indómito.

Me acuerdo de un poema de Nicotra. En él, un tipo habla sobre los poetas: asombrado al principio, desencantado después, para terminar viéndolos tan humanos. Debemos ser bichos raros, muy raros, a los ojos de quienes no han sentido el gustito de los versos. No por sino de.

En fin, me adentro en el francés de Idéogrammes en Chine, de Michaux. Laboriosa labor con diccionarios, y el asombro por lo que cuenta, el modo en que lo cuenta y, por supuesto, ganas de aprender chino, de leerlo, de no perderme.

9 de julio de 2007

Nieva en Córdoba. Pero no siento frío: la casa está calefaccionada. Mi cuerpo, adormilado todavía, no descansó bien. Fueron pocas horas de sueño. Estuve hasta tarde escribiendo algunas cosas, leyendo el diario, escuchando música.

La máquina zumba, sopla constantemente, de una forma notable. La tecnología se degrada, pero quedan sus restos, y sobreviven, en países como Argentina, por caso. La nieve todavía cae, y nos sorprendemos: por un segundo apenas. Luego volvemos a nuestra computadora, al interior de la electricidad, y nos aislamos, comunicándonos, de ese paisaje extraño para esta ciudad.

8 de julio de 2007

Pasar los días en ojotas, en este invierno cordobés. Frío en los pies, y, cuando me acuesto, imagino que me amputan los dedos, fiebre familiar. Mi pieza es helada, pero aquí, en la biblioteca, llega el calor cercano de las chimeneas, y de los radiadores. En ojotas en invierno (construcción que le sonaría mal a Onetti), y no me resfrío. Como un contraste, los pies, allá abajo, como no míos, y yo, aquí, abrigado y serio.

Ya llegó la noche. Los vidrios la muestran, no se ve casi nada de afuera. El reflejo habla de una mísera bombita -y podrían ser tres-, en el techo. Su fanal hace que la iluminación sea aún menor, pero la luz del monitor se refleja en el teclado, y se puede continuar escribiendo. Zumba la máquina, hay visitas, y no es que me cierre, pero no me seduce "compartir momentos". Hablar de cosas que no me interesan, practicar la sociabilidad con las caras de siempre: no, gracias.

Pero me acercan algo: Lina Nyberg, Open. No me sonó mal, y lo volveré a escuchar. Las horas de la música, de estar realmente dentro de la música, las voy recuperando: costosamente. Ése es el problema, con la música: cuando nos motiva a pensar en otras cosas, cuando no estamos dentro de los sonidos, se desmerece la música. Y es cosa de pena -como dirían los españoles viejos- para mí, habiendo sido músico, habiendo experimentado ese aspecto de inmersión en la música.

3 de julio de 2007

Opiniones que me llegan como un golpe, aunque sea silenciosamente. Son las peores, son las que más perduran en mi memoria y a las que más me atengo, dándoles la vuelta, intrigado, fascinado.

Curiosa angustia, la de luchar contra el fantasma de una frase. Puede ser algo leve, curioso, algo deslumbrador, algo atormentante. No podemos eludirlas, hasta que, pasados quizás años, nos encontramos encontrándolas ridículas, y luego las recordamos cada tanto con cariño y algo de sorna.

(de mi Diario)

2 de julio de 2007

Qué vacío provoca leer durante todo un día. Acabo un libro, la inercia ejerce, pero ya ningún otro libro me satisfará. Ayer terminé Poesías completas I, de Silvina Ocampo, en la edición en dos volúmenes de Emecé; avancé con El último oficio de Nietzsche, molesto libro de Tomás Abraham, que con la relectura mejoró, no obstante; y terminé la primera parte de A la sombra de las muchachas en flor.

Ya había pasado la medianoche, y no tenía sentido seguir leyendo. Es en esos casos que me viene bien agarrar mi Diario, y anotar cosas, tal como lo hago acá. Recupero mi cadencia, escribo escuchando música. Suavecita, no sea cosa de que tape el descansar de mi cabeza.