30 de diciembre de 2010

Flexiones, reflexiones

Son las cuatro de la mañana y vengo de comprar puchos. Me saco la remera (la verde, la de Nazca: toda rotosa ya, tan querida por mí; heredada) y me vengo a escribir, a intentar escribir, a querer lograr algo mediante la escritura (¿hedonismo de textos que se cumplen?).

Pensaba, recién, en por qué o cuándo escribir. Pensaba en que, ahora, no había necesidad (en el sentido de urgencia; en el sentido de perentoriedad), y que quizá más valía reflexionar sobre esto que vengo haciendo, lo de de publicar -poemas, anotaciones- en la red, lo de ser (apenas) leído, ese incidir tan suave, tan levemente en el mundo: el de los potenciales lectores. (Como si buscara producir un efecto: fama o respuesta.)

Hay una felicidad, pequeña, personal, que consiste en ser, de algún modo -nimio, risible- algo que existe: esto que digo de mí ("leo y escribo"), esto tan sencillo en que me afirmo sin más, se cumple de un modo casi imperceptible; como un vagido del que muy pocos están anoticiados. Pero dicha identidad, que se realiza mediante la publicación (eso me digo), basta para hacerme ser.

Esto, en lo referente al oficio, a la ocupación. Comienza a no alcanzar.

(Tal Gabu duerme de espaldas en el sillón-cama-cofre, y se siente de acá -nos separarán unos cinco metros- su acezar regular y pausado. La luz del foquito, amarilla, diseña sombras bastante precisas de unas pocas cosas: la mayoría de los objetos de esta sala están más bien cálidamente iluminados, expuestos. Tengo puertas y ventanas abiertas a la noche, y no se escucha, mayormente, otro ruido que el del tipear mío. Como le escribía a una profe hace un rato, trabajo de noche como si fuera el último romántico alemán.)

(Pero no: esto que hago se repite, seguro, en muchas otras piezas nocturnas, silenciosas, apaciguadas; esto que hago es hecho, seguro, por muchos más, por muchos que ahora estarán elaborando escritos, mundos, a pocos de los cuales, seguro, accederé.)

Fumo. El tiempo de escribir, en mi caso, es relativamente breve. Una hora, una hora y media, y ya está corregido. Luego viene la publicación, y entonces quedo a la espera de nuevas ganas de escribir. Que es eso lo que me mueve a hacerlo; o el aceptar la primera frase, que debe ser la justa, la que me convence o autoriza a continuar, y el resto es mero trabajo -impulso, ganas, disfrute-. Como un gozoso deber que no tengo el privilegio de cumplir a voluntad, sino que es como una gracia: medida, aperiódica.

El resto del tiempo de "trabajo" (cómo llegar a usar esa palabra...) es leer, escuchar música. Ocupación que de a ratos me enerva y que muchas veces es estéril: como un hamster (ya lo he dicho) que gira en su ruedita, frenético, obtuso. Y es esto lo que me lleva a decir que lo de "leer y escribir" ya me parece que no va. Que la lectura tiene que empezar a servir para otra cosa ("para una causa más noble", se me ocurre decir), aparte de ese mi asistir a las obras, ese verlas sucederse como lenta caravana del Arte, vagones y más vagones de un trencito que no acabará nunca de pasar, antes la muerte.

Pensé en escribir más sobre lo que leo, sobre lo que escucho. Pensé en pensar más: en elaborar "cosas" sobre ello. Por lo pronto releo El libro que vendrá, y tengo pendiente una relectura de Política de la inmortalidad, como para que me queden algunas ideas, algunos conceptos; como para no convertirlas en lecturas meramente literarias -cosa que tiendo, hedonista de mí, a hacer con los ensayos y con el saber en general-. Pero ¿y el ágora...?

Fumo. Será que a mí también me alcanza ese formular votos de fin de año. Fumo y tomo mate. Será que también para este sitio se cumple un ciclo, será que es hora de renovarlo (¿volantazo, mutación?). Me acomodo la espalda y pienso. (A lo lejos escapa, lento, un auto; ya no se lo oye.) Será que la noche de nuevo me cobija y, pícara, me alienta a pensar como posible un cambio.

22 de diciembre de 2010

No respirar

Toso, carraspeo. Parece que el excesivo calor, a tres de la mañana, no descansará. Me saco las ojotas, oh malhadada Fulgi, Fulgie Fergusson. Fumo, apoyo el codo derecho sobre la mesa, mientras que con el izquierdo sostengo el cigarrillo, y sopeso, profesional, a Blogger, ahí, en el monitor. Veo mi sombra, la de mi cabeza, en la pared, y la veo oscilarde a ratos, para pensar qué frase poner a continuación. Inflexiones, pausas; respirar cada tanto; no respirar. Chilla un gato de un modo espantoso -es como si lo estuvieran acogotando-, varias veces seguidas, luego calla. Ladra dos o tres veces un perro. A lo lejos. El Gabo -a lo cerca- se acomoda en el sofá-cama-cofre. Luz sin compasión.

Maurice Blanchot 
Mazza me prestó un libro de Blanchot, El libro que vendrá. Interesante, instructivo: llevadero. Libro viejo (de 1959), muchos todavía lo leerán como anoticiándose. Así, terminan repitiéndose con los de siempre: Claudel (bueno, éste, no tanto), Kafka, Artaud, Proust, etc.; y de ellos vuelven a hablar, una vez más, fascinados. Prosas de principios del XX; deidades inapelables que condenan sin paliativos lo otro. Figuras de cera, en fin, a las que todavía se reverencia, temor sacro.

Lo que pasa es que la Academia sigue leyendo a los mismos ensayistas, pareciera. Y de ahí van a los libros: no son de aventurarse sin garantías o guías, sin parámetros. Pareciera. Digo, porque ésa es la bronca desde la que podría hablar, yo, que estoy fuera de la Academia y no conozco, ni de lejos, los verdaderos dimes ni diretes de sus meandros. Broncas ideales, sin interlocutor concreto, sino fantasmático.

Fumo. Siento un sudor leve en los hombros, donde pareciera que está pesando ahora todo el fragor de esta noche de verano. Me meso el cabello, como nueva inflexión, como una cuenta más de este "rito" un poco llevado a la bartola, aunque con pilas. Pienso estos días (y de antes de lo de Blanchot) en pensar, por escrito, los libros, las lecturas, y me veo sometido a un doble movimiento, que a veces me hace decir "sería trabajoso pero fructífero" y a veces "no soy para eso". Nueva disciplina a imponerme, me fatigo de antemano y renuncio. Todo, me digo, tendría que pasar en el silencio, la emoción tranquila, de la lectura.

Recibí a unas Testigos y les declaré sin ambages (quiero decir: algo agresivo; algo presuntuoso) mi ateísmo sin vuelta atrás. Quizá no vengan más, quizá pase un año o dos antes de su regreso. Esperemos. Con todo, me di el gusto de declararles que no creía que en una revistita de 16 pp. estuviera contenido el propósito de la vida; lástima que no les haya hecho saber de mis reparos a la existencia, que tranquilizadoramente dan por sentada, de dicho propósito.

Escucho, desde la calle, un como cercano masticar zanahoria. Qué habrá sido. Por lo pronto, tengo la felicidad de saber -gracias, Ñ- que en Santa Fe (Rosario, pongamos) editaron un creo que poemas reunidos de Inchauspe. No está en El Espejo, me aclararon hoy por teléfono. Recuerdo cuando conocí unos pocos poemas suyos, en el Diario de poesía: qué sorpresa, que estupefacción grata, qué regalo. De lo que recuerdo: poesía verdadera.

Se aleja una moto por la Agustín Garzón. Prendo un pucho (y van tres en lo que va del 'post'), y por momentos repito los fideos tirabuzón con manteca y queso rallado de la cena. Morfamos con Sergito y el Gabo, escuchando un Charly 'unplugged', acordándonos (Sergito no) de la Epumer (pronúnciese "Epúmer"; puede que hasta se acierte), con Coca y con Paso de los Toros y con hielitos, crítica veloz. Sergito nos hizo conocer un tema en el que el cantante, que, según la letra, no ama precisamente bañarse, declara con decisión que si se baña se traba (o rompe, no recuerdo) el caño. "Escenas de la vida posmoderna."

Silencio, entonces. Calor agobiante. Todavía no es hora de dormir. Todavía queda el desesperarse, el afanarse, el fracasar. Sólo después vendrá el desmayo, tan querido: la nada de varias horas, más conocida como reposo.

18 de diciembre de 2010

Soñé con vos

Llovió. Mediodía en San Vicente, preparo unos mates. Suena una alarma de juguete, la cortan al toque. Ya está estando la pava: eruto un poquito del gas rico de una Paso de Los Toros pomelo, me preparo para preparar el mate.

Llovió. Canta lejos un gorrión, y las gatas comen ahora su alimentito balanceado de hoy. Las gatas: Nikita recién estaba jugando con el señalador de no sé qué libro, y la Felisa callaría, ceñuda y descreída. Gatas que tienen amplias libertades, las dejo ser, las dejo buscar. Pongo Angel Song, disco perfecto, y escucho a mis mascotas mascar. Pasa despaciosamente un auto por la calle, y luego otro.

El jueves escuché a una amiga y su quinteto de cuerdas, junto con un pianista. Hacía rato que no escuchaba música así, de cámara y a la vez nueva, y los ojos se me humedecían por la emoción (hacía rato que...). No había mucha gente, pero el público se mostró cálido, cariñoso. La Remidola, se llamaba el conjunto, y el pianista, Gerardo Di Giusto. Qué música excelente que hay por ahí, perdida; y seguimos propalando bazofias.

Releo, ya tercera vez, el Quijote. Estoy con eso de hace semanas ya, y leo, a veces un capítulo, a veces, 40 pp. Estas semanas ando poco lector, muy escucha discos, bien vagoneta. Lo mejor es la cerveza bien helada, y sentir pasar el tiempo, cadente, cadencioso. Hablábamos con una profe de francés, anoche, y entre cerveza y cerveza me contaba del incayuyo y de la indolencia sabia de los comechingones. Estar echado, sentir pasar el tiempo, no pensar: mi teoría de la duración tiene que ver con cosas muy sencillas, lentas de conseguir, de lograr paladear.

Leí hace poco en Neorrabioso unas palabras de Borges. Dice algo que otros han dicho ya: no complicarse con arcaísmos, con vocablos desusados. Esa cuestión me ha quedado picando varios días, sobre todo porque en muchos poemas pongo cualquiera, con tal de que suene bien. Como si todo fuera el sonido, en los poemas ágrafos, y la rigurosidad y equilibrio en la construcción sintáctica. Como querer alcanzar otra escritura.

Tiempo que pasa, tiempo que disfruto. Me escribe Gastón, desde el otro lado del Atlántico, en un cordobés lindo por lo básico. La trompeta de Kenny Wheeler rumia los acordes de "Kind Folk", Dave Holland hace un buen walk, irregular, y la guitarra de Bill Frisell es tan agradable, con el timbre que ha elegido, que siento que el mediodía se completa. Fumo, claro; me rasco. Pasa otro auto sobre el asfalto mojado. Leeré.

28 de noviembre de 2010

Principium individuationis

Es como una suavidad, un comenzar del descanso. Te mesás el pelo, ya sucio, grasoso, y respirás con lentitud, y Angel song te habla de una ciudad con puerto, amanecida y cansada. Pensás en el teclado, piano que te conduce, y escribís las menudencias tuyas del estar. No hay cambios repentinos: sólo que la quietud se distanció en tu espalda. Quietud de todo por hacer, y el optimismo.

Fumás un ritornelo, marea lenta y un poco voluptuosa de decir: "salen palabras". Era, entonces, la niña, la que quiere aparecer siempre en el primer verso, esa que vuelve y sobre la que te negás a pergeñar. El 16, esa magia castaña en camisoncito, atónita y sonriente en la mañana, y un bosque de caminitos calmos.

Superyó: el que te muerde y marca y descalifica. Mojón y conducción continuos. Cruje por fin el hombro, y luego el brazo, solos, no forzados. Horas de derretirse entre revistas, por poco te bañabas en el silencio. Lazo de desasosiego, qué podría ser dicho de tu prosa. Como alguien a quien asesinar, por qué. Simún del entrevero que nunca se dio, las dos vertientes comienzan a rozarse. Y demasías que entrevés, gozoso.

"Niña entre abetos, alce" y estación severa de hacerte de harapos para el desierto, partición y noches duraderas. Porque sos el de las zalemas y el rebenque, y el perro gira y gira, ladrando. Arrugo la etiqueta, ya vaciada, revés de un tiempo o golpe demenciales. ¿Qué haré con vos, estupro, villanía, dulce menjunje o labios prometidos? Carneás como fusibles desde Macintosh, y yo sigo las hormigas, sin veneno, de tu asistir a querencias fustigadas por el aburrimiento, la tensión. Y nada de señales, mala luz, y cursorcito indiscernible.

Era la niña, entonces, otra mina, un libro prestado, la insólita promesa de otro nombre. Un pabellón del siglo te la goteó en el brazo, y así, adhiriendo y manoseando vestíbulos a tu penumbra, mujer barbuda a la que penique tras penique sopesé, y que más valía cuanto más miraban, calígine tu rostro, dibujé.

Ahora te estanciás en el venablo. La pizza, dos cervezas: cómo disfrutaste de mis 100, de mi descapotable en andas, baldosa floja. De mi descapotable, digo, con mancuernas de óxido: Torino de la descomposición y obstáculos, callado caminaba entre densos caimanes de otro libro prestado, otrito más aun. Y tu postal, la que calcaba. Decencia: multiplicar estilos. Mingitorio: mi cenicero indio. Vínculo que ausculto sin mayores miramientos, oxitracia: callado caminé, viajaba de noche, la luna era una horma más que nueva. Y todo, apenas lágrimas, apenas conmoción de recalcitrante. Total: otro penique.

Me meso los grasosos, los helechos turbios de amanecer pensando. Gira tu disco en bits, y una vacía hojarasca de tentempiés corona el Winco. "Afuera, el mundo ruge."

26 de noviembre de 2010

Panorama de incestos

Despierto pasadas las doce, abotargado, acalorado, gordo. Preparo un mate, fumo un cigarrillo, quiero escribir. Escucho The Paul Bley Quartet y toso, intentando expeler las últimas flemas de una tos que me tuvo mal lunes y martes pasados. Sigo más o menos con los mismos libros, vago para leer, desguazado por la canícula. Cruje la puerta del patiecito, abriéndose y cerrándose apenas.

(Ya no es como caer. Ahora las cosas permanecen en su tranquilidad, en su distancia. Falta el incendio, falta la verdad de la pasión, la del abismo. Las cosas están allí: disponibles y juiciosas, como esperando que participe, yo también, de su apacibilidad, de su indolencia) 

Me he descubierto mal conversador. O me topé con otros que saben imponerse, cueste lo que cueste, y callo ante sus dictámenes. Así, los dejo hablar, y se dan al cabo contra su propia fragilidad, tenor humano. Pero eso, no porque lo haya buscado: apenas si observé que se daba. Fumo callando: la verdad no es tener razón. La verdad es algo torpe de raíz, algo elemental y ciego, desnudo como piedra en el desierto. Sí: existir.

(Esperé, por dos días, dos noches, digo, a que la Doncella se presentase al chat. Voz diferente, la suya, y muy juiciosa, holanda erguida de las horas del descanso. Hablar como deslindando un paraje: no tengo tales frutos, éste es mi pozo.)

Hace calor, acá, en Qusarat. Estoy de malla, descalzo, y prendo un pucho. Sé, y es así, que poco a poco he ido quedando vacío de ideas, de pensamientos. Como dije antes: sólo las cosas, sus imágenes. La música que escucho me inunda de un gozo continuo, embriagador, y sé mis posesiones "con secreto cariño". Podría hablar de Yor, de que me caga de gusto, de que nunca me dará bola, de que reboto y reboto, de que no me canso de buscarla. Pero eso sería, una vez más, comenzar con la escritura milenaria, la del amor del deseo, la de las vueltas, la de las desventuras. Mi cenicero indio me sobrevivirá.

(Tal Gabu ahora escribe. Es un topito de no más de 30 cm de altura, con cinco manos y un pezón maculado. Deidad provisoria de los desesperados, bebe con rigor, con sorprendida prolijidad. Litigia contra los desharrapados, y disfruta al quedarse con sus cartoncitos "Dios se lo pague". Un rap violento y de las mesas puede con este topito: manices y antorchas deshaciéndose entre los pañales. "A la hora de huir, preferimos los taxis.")

10 de noviembre de 2010

Vacío, vomitito

Como que para escribir hay que sentirse un poco triste. O vacío. Leo unos pocos poemas de Nicotra en la Fénix nº 12, luego de mis buenas horas de rebuscar en la biblioteca cosa potable, y me golpea su gélida belleza, seca, exactísima. Y no puedo seguir leyendo, y me vengo acá, a anotar algo. "Palidez, luto de rostro", escribí hace muchos años -era la primera euforia- para referirme, quizá, a tal estado.

Ronca Tal Gabu. Una moto acelera en la cuesta. Corre el reloj, lento, su goteo. Estos días estoy leyendo El Quijote de a pedacitos, y me río mucho, y me sorprende la vitalidad, vivacidad de su prosa: los diálogos, las acciones. También ando con una biografía, Marcel Duchamp, pero su lectura me coarta la escritura: el desgraciado conoce todos mis trucos; como que me ve venir de memoria. Vuelvo a leer poesía, me doy a la búsqueda infinita, al éxtasis por la palabra, y me topo, belleza, con el vacío. Y, como si ahora tuviera que rechazar lo de los otros, necesito hacer lo mío, decirlo, volver a forjarlo, a lograr la justeza, precisión que quiero para mis cositas; lo de lo bien dicho, bah. Y me vengo a escribir.

(Me acuerdo de Fulgi -ya de no ser, acaso-, y me pregunto por qué carajo tiene que saltar el rayo, el que desgarra, entre los que se atraen demasiado. Revés del magnetismo verbal, queda la fórmula, el tono, del otro: "como diría Fulgi", me encuentro diciendo a veces. La odio, la amo: Marcial rige como loco. Abismo súbito, partición de un mundo, que tan artificio dialogado fue, en dos mitades, y aquí yo con mi reino, y su presencia en el espejo.)

Me meso el peinadito. Me estoy dejando crecer el pelo. Me cansé del "afeitate, y vienen". Seré un hirsuto, un "guaso alpargatudo", al decir de Cognigni. Ando a vueltas, como quien diría, con el asunto de empezar a traducir algo, escucho muchas músicas, diversas, placenteras, y, en fin, vivo como si todo el tiempo del mundo me perteneciera. Admito, sin más: "sí, Kirchner se cagó muriendo", y asisto al efecto que dicho deceso ha causado en el País. Le pongo una cuerda nueva a la guitarra y canto Juan Panadero, desafinando sentidamente, y me relamo por anticipado con los criollitos con Tholem de cuando amanezca.

El tiempo es fácil, la gente sufre y se hace pelota, y yo, que no soy gente sino un mero cero a la izquierda que sólo espera el momento de darse a la escritura (¡una vez más, una vez más!), vuelvo al vacío inicial y pienso en el asunto de la estasis bloomiana y en por qué soy de ponerme tan a gusto con la vida, con este tonto estar, los últimos tiempos. Un amigo se pone serio con lo del fusilado, pero, cuando yo le cuento lo de un agusanado, convierte rápida y fácilmente  su asco y horror en chiste cínico, risotada brutal. La calle se desmorona de contranoticias, se levanta como puede y sigue andando. Pero de qué no podremos reír todavía, tiraba Nietzsche. El intelectual formado (¡cuadros, cuadros!) pronunciará "Auschwitz", y con eso creerá haberlo dicho todo, sabios cordobeses. Pero Tal Gabu ronca despacito, y yo necesito cerrar este texto, cosa que aún no se da.

Contranoticia: el no tópico: eso que no cuenta, eso que rescatamos de entre los intersticios de lo cotidiano, eso que se comparte entre pocos y habita en lo íntimo, en lo que se desmenuza a puertas cerradas, simple terrón de vida. Me encanta decir: "no tengo tele" cuando alguien me pregunta si vi el último 678, o si vi el último Capusotto, o si vi el último porondanga. Tal Gabu duerme bajo la colcha que me tejió Venenito: ronquidos suaves, espaciados, tiene en su sillita de luz un vaso de agua, el reloj, un cenicero, Freud, el documento, un 2, un encendedor. Los Parisiennes ya se los choreé. ¿Qué hay, aparte de eso, ahora, en el mundo, sino una habitación nocturna, un marcar de reloj, alguien que escribe, alguien que duerme? ¿Qué mayor placer que el de poner pura cara de acontecido y escuchar, haciéndose el sorprendido, las noticias de los teleadictos, y darse contra burradas y valoraciones como garrotazos?

Contranoticia: un agusanado. Un guaso muy de la calle, muy hecho bosta, que se ligó un coscorrón verdaderamente fulero en la cabeza, y las moscas hicieron lo suyo. Un guaso que, si por él era, no iba a hacerse ver, y lo tuvieron que llevar a la fuerza al Misericordia. Y lo dejaron ahí, cosa de que no se la agarrasen con el que lo llevó: paquete hospitalario. Así, millones de contranoticias. Qué mierda me importa Cristina, la verdad. Qué mierda me importa someterme una hora todos los días a la tele, sólo para "saber" noticias.

Y vuelve la indignación, cosa contra la que en vano, al menos hoy, me advierte Nietzsche. Y mira tú por dónde, Nicotra me saca esto del pecho. Pedazo de vomitito.

PS: Alejandro Nicotra todavía no está wikipediado.

25 de octubre de 2010

Tanto que decir, y uno se apelotona

"¿60 y 40?", propone Tal Gabu, expectante. Estalla la risa, la dejamos pasar, no investigamos más. Le acabo de tirar el pucho de que sea mi representante, que haga de mí algo comercial, que me venda bien, o mucho. El guaso ahora está comiendo (arroz, arvejas, atún al aceite), y mientras yo prendo la maquinola de generar sentido, biografía, cosas. Marisa Monte canta muy dulcemente que "no es fácil"; son las tres menos diez, y creo que va a salírseme del buche un post bastante positivón, sepan disculpar.

Ayer viajé a Embalse, a lo del Ale. Cumplo en decir que intenté determinar un poco con él qué apodo le iba a dar aquí, en Anotaciones-..., y hasta barajamos un tentador Viejo de la Montaña; pero decir "el Ale" me lo acerca en la mente de un modo entrañable, nítido. Se trata de un narrador cordobés, ajedrecista apasionado y ayunador ocasional. Me dio, hace varios años ya, un taller de cuento que me permitió escribir, y sobre todo diseñar, cinco o seis historias; pero yo sé que no tengo inventiva: terminado el taller, ninguna más se me ocurrió, y sólo quedó de dicha experiencia la amistad, el conocer a un tipo excelente.

Realmente lo de Viejo De La Montaña no es gratuito. El Ale se retiró hace cosa de un año a ese pueblito, de casas desparramadas y sierritas cercanas, y vive de dar talleres, de la corrección, y de la soledad y el silencio enriquecedores. Pasa días enteros recluido y, si bien tiene una buena conexión, soy de pensar que no abre demasiado la boca de a ratos larguísimos. (Hay una guitarra en el sillón, de madera oscura, de tono algo achocolatado.) Ascetismo de artista: solo con sus ideas, puede ahondar. 

Pasaron tres o cuatro años en que nos perdimos un poco de vista, pero de hace unos meses nos reencontramos, por internet. Nos dimos a un maileo copadísimo, como el que mantengo con Marquini (también conocido como Van Basten), gente que está lejos y con la que nos tratamos como peces en el agua. Arreglamos con el Ale una reunión cumbre, y he aquí que ando volviendo, con la mirada levemente extrañada del que se alejó y que, cuando regresa, se encuentra con lo mismo, cambiado.

Hacía realmente años que no hablaba de literatura y yerbas afines con tanto gusto, durante tantas horas seguidas, y encima sin decaídas del interés, como lo hice ahora con el Ale; desde el asunto de las commas en la música a René Lavand y "las otras artes", pasando por analizar bodrios como la Ñ y "el sistema literario" de la Argentina (digo, la porteña, la inflada), mierdas de la moda, y por Duchamp -la pereza y el despreciar redondamente el dinero-, o por el ajedrez -la personalidad de algunos grandes maestros, sus respectivos estilos-. Clínica del espíritu, terminé viendo que no estoy tan embrutecido como creía; que hay todavía oasis, sin chichises, "hélas!", pero con discursos neoplatónicos aún posibles.

Renovado el aire, bien que le percibo un tono livianito a esta prosa. Ganas de escribir; destrabe de la lengua. Tal Gabu fue a comprar puchos a la estación (quiero decir, a cruzar un par de palabras con Luciana Qué Minón), y ahora Marisa Monte habla de "una pausa de mil compases", idea de notable precisión, muy apropiada para esos asuntos de amor de que trata el disco de la vaguita. Bienestar y andanzas, bienestar debido a las andanzas: he aquí cómo se le facilita el trabajo, la fluidez, al escritor. Y a uno le da el toquecito (la puntadita, el vislumbre) de la duración, de la permanencia: así como en la depresión creemos que estaremos ya por siempre en el pozo, abajo, bien abajo, así como en pleno bloqueo tememos y a la vez nos conforta la idea de que ya nunca más podremos escribir (y ser escritor: poder hacerlo, y de hecho hacerlo, y queda el texto, la prueba), así este bienestar trae palabras y más palabras, y quiero prometerme que sí, que así seguirá siendo, que el próximo post, y los siguientes, saldrán con la misma facilidad, con un como escribir de memoria, gozoso, muuuy bien llevado. Así, el placer, el padecer, y la duración.

19 de octubre de 2010

La Coca y la muerte

Escucho Stravinski por Viktoria Mullova: bellísimo, hondo, divertido. El sábado fuimos con Tal Gabu a verla a Pantaloncito, y a eso de la cuarta cerveza entablamos amistad con Ricky Ricón, violinista, quien, para presentarse, nos contó el de la rana petera, y que destilaba una tremenda misoginia, muy graciosa, onda Flaco Pailos. Al séptimo porrón, ya cambiábamos celulares. Pantaloncito creo que nos regaló como dos o tres birras, no sé por qué; para mí, nos cagó echando.

Hicimos un puchero fenomenal, de desayuno. Escuchábamos canción tras canción de Sabina, y Tal Gabu, que se las sabe 'par coeur', me las ladraba a más no poder. Dormir fue caer en los respectivos jergones cual nauseosas bolsas de papas: y el sueño tumefacto. Me levanté ojeroso mal, con una huella negra en el centro de la mirada, cero pilas para leer. Todo fue música, domingo en familia.

La muerte llegó el lunes: ayer, tipo medianoche, me llamó Tal Gabu, que estaba a tres cuadras de casa, comprando una Coca de litro como para sobornarme. Venía del velorio de un pariente, en Pilar. Curiosamente trajeado, notablemente circunspecto, de hablar francamente neutro; conste que últimamente curte pastillas: la depresión... Hice causa común. Nos sentamos en el patiecito central, y me llegó, como hace tantos años ya, la visión de una pared, iluminada por el foquito torpe, y el saber que esa imagen perdurará, como trasunto de algo duradero, la sensación, digo, esa visión. 'Déjà vu' que me honra. Nada que ver con la muerte, sino que fue el modo de estar, de dialogar.

Comienzo el día abotargado, torcido. ("Contrahecho" significa disfrazado, en realidad; ya no podré pifiarla: gracias, Riquer.) Fumé la media colilla que me quedaba, calenté agua para los mates, me fui a lo del Hijo de Puta. Estaba la hermana, que es igual de cortante: ya se ablandará. Fantita de lugar, lo veo pasar al gordo de las bulucas en un Renault lindo aunque algo estropeado, abolladito, con toda su familia de panzones. Nos saludamos, riendo, prolijamente nos odiamos.

Pasarán horas antes de que, nuevamente, vea a nadie. No surgen los poemas, y las Anotaciones-... como que vienen saliendo paupérrimas. Leo como desaforado; la música funciona. Ya pasó el tiempo de La Gran Estación. Sólo se trata de ser coherente, quiero decir, tozudo.

14 de octubre de 2010

Máquina inocua

Fumo. Vuelvo a poner uno de los dos discos de Kenny Wheeler que tengo. Algo escribí recién sobre Canto general, pero me agarró la loca de borrarlo, así que largo de nuevo. La noche trajo el frío, y yo una cerveza bien helada de lo de Belén. Marcelo no tenía aceitunas negras, y -por hoy, me dijo- tampoco de las verdes. Estoy de ojotas y pantaloncito corto, pero tengo puesto el buzo que Tal Gabu me obsequió (en compensación por el que me masilló en el taller). Estoy de ojotas, digo, y siento el frío de estas diez y media de la noche en los pies.

Piedra Limada pasó por la siesta, a alcanzarme guita. Me fui con él -me decidí a ir a lo del Hijo de Puta, a comprarle fiambre, pan- y se encontró con que se había dejado las llaves en alguna parte. Y no habían quedado en casa, sino que se las había dejado en lo de Susana, que era de donde venía cuando pasó por la mía. Total: idas y venidas bajo un sol lindo, y comer en la carpintería sanguchitos de mortadela y queso.

Por supuesto, a la vuelta, me cagué durmiendo, y tuve que faltarle al analista. Lástima: algo había cosechado en la semana, algo había colegido. Pero, el darte cuenta, sólo en terapia; si no, ¿para qué?

Fumo. No me sale mucho escribir, por estos días, porque no tengo nada que decir. Es como una estasis: estoy repleto, nada entra, nada sale. "Estómago capaz", le escribí a una gorda tremenda que me calentara. Leer es una máquina que funciona, y con ella "trabajo": me pongo a funcionar por horas, a todo atiendo, plena concentración.

Nada que decir, entonces. Y es por eso, lo sé, que salen los textos incoherentes: porque te morís por escribir, y nada sale. Y babeás palabras, babeás ritmos y vocabulario, viejardo chochex, y a nada llegás. Máquina inocua.

6 de octubre de 2010

Patio común

¿De cuándo esta quietud? Esta tranquilidad, serenidad, sosiego. Escucho Philip Glass y pienso en lo que fue haber estado en pareja. Y en que ese ayuntamiento no pudo remontar la última pelea: cero palabras, gesto inane. Me meso suavemente el pelo, acabo el pucho. Allá afuera alguien barría, y luego alguien salió del complejito, el mío. Y yo que me desperté a las cuatro de la tarde de ayer me siento ahora pacificado, suave, en plena seriedad creativa.

Releí, hace un rato, Aventuras sigilosas. No me cuadró, como hubiera dicho la Pau. Hay algo en Lezama Lima que, hoy por hoy, me genera cierto fastidio. Ese ritmo tan poco rítmico, tan ir eslabonando, enlazando elementos, concatenando acciones. El vocabulario sí que me gustó; más, maticemos, que el de Enemigo rumor. El de este último es demasiado dulzón, demasiado "poético", aguachirle. El del primero es mucho más variado, más interesante. Pero esas frases inconclusas, el no usar, tan terminantemente, verbos tan de repente...

Me huelo las manos. Estaba aprentando, no muy fuerte, una en otra, codos apoyados al borde de la mesa, y posé en ellas los labios, la nariz; y aspiré. Gestos que repetimos hasta el infinito, hasta la muerte, porque nos movemos de memoria; y nuestra anatomía, tan poco cambiante. Música y poemas que repasamos, queriendo saber qué otro lugar ocupan en nuestras vidas. Y alguien barre, y alguien parte para el laburo, y Philip Glass ahonda un piano.

Me acomodo la espalda. Las últimas semanas la vaga como que se resiente de mi sólo leer, de mi sólo -cada tanto; cuando hay una frase- escribir. Me llevó dos días leer la Ñ: chatarra cultural prácticamente, preferí tomar cerveza, charlar con el Kelly de sus ventas, boxearlo al Sergito, visitar a Piedra Limada, oírle los discos. Dos días como dos soplidos: así de breves. Pero tuve mis buenas cinco horas de lectura, y escuché a Rivero, y me levanto a escribir, porque no me duermo. Chela Buela me mira desde la foto; me fascinan sus manos, sus dedos flacos, viejos, sarmentosos. Me sigo acomodando la espalda, aunque ya no cruja mucho que digamos: cuerpo flotante, cadáver natural, de pronto sueño: "dame tu 'djinn'".

En fin, fumo. Me pregunto por qué hay tan pocas historias que sienta que tenga que contar. Contar, por otro lado, esta quietud bien que permite serla, prolongarla. Cero angustia: suena el reloj, al fondo. Pongo más Glass, busco un cierre para este texto, me meso una vez más el pelo. Queda buscar vocabulario de Bauchau, comenzar la traducción. Goteo de melaza (Dune), sé que el agotamiento podría abrir caminos; pero corregiré la entrada -no mucho: hasta que, leyendo todo de un tirón, no cambie nada-, me acostaré en la pieza, comenzará el pensamiento. Y nada de dormir, lo sé, lo sé, y tanto.

30 de septiembre de 2010

Fácil y alerta

yo te lo juro
todo esto es tuyo
y si me voy
vos venís conmigo

Me había entredormido apenas, boca arriba, cuando llamó Sergito. Lo recibí un poco callado, entorpecido por el sueño que, breve, me había sin embargo como que descansado. El pibe cayó más bien sumiso: le mostré "El anillo del Capitán Beto" por la Cantilo, y algo le gustó, no como siempre, que espeta el "¡chomazo!" a los dos compases, afanoso únicamente de sus Damas Gratis, de su Daddy Yanquee, de prácticamente nada más. Le puse Paprika y me fui a leer Le planétarium, novela copadísima; al rato ya era obvio que andaba con uno de sus jueguitos en red, 'Mute' obligado.

Tipo ocho cuarenta me pegué un baño. Resulta que sí tengo termotanque: cuando vino Peirone, a la siesta, a ver el asunto del tanque (raja reciente), de paso me lo arregló. Y era una pavada; y yo que ya veía de cambiarlo. Total: tres semanas de bañarme con agua fría, y no logré resfriarme. La cosa es que me bañé en un toque, y partí. Sergito me acompañó: chico que está al vicio, hueveamos esperando el 601 en la parada de la Sargento Cabral, nos mogoliqueamos un poco, lanzamos unos cuantos "¡qué te hacés...!", la mar en coche.

Viaje tranquilo, cuando llegué a lo del Ger estaba el hermano de su vecino a la entrada, y me salió con no sé qué cosa. El tipo es un petiso de cabeza grandota, básico total (luego pensaría en Velázquez), y rengueaba un poco. ¿Se habría golpeado? Le pregunto qué le pasa y me contesta: "va bien, va bien". Ya en lo del Ger (pasillo de la bici que mide mi abdomen), le comento lo del guaso y me dice: "no, lo que pasa que es rengo...". Medio como que lo miro acontecido, después nos reímos, después la vida sigue.

Gerardo anda un poco engripado, un poco tosiento. Estaba en cama (y allí volvió) viendo La malparida, y nos pusimos a hablar libremente de la minita y otras cuestiones, menores todas. Concluimos un poco (no es un juicio muy jugado que digamos, pero bueno) en que Juanita Viale es una cheta del Cerro total, una nariz parada con cara 'e nada, en el marco de una telenovela argentina a full. Al Ger le gusta, a mí no, y a los dos por el mismo motivo: flaca angurrienta. Saco luego de la mochila un pre regalito: los dos discos -grabados, claro- de la Fabi, los homenajes al rock nacional. El vago quedó encantado: estuvimos comentando la acustiquez y arreglos de esos viejos temas. El Ger sacó una colección de Toco y canto o similar, y anduvimos pispeando acordes, viendo fotos loquísimas, y todo en blanco y negro.

Conseguí no quedarme a dormir, conseguí irme. El 600 no tardó en pasar, y a la media hora ya estaba tomando un cortadito cargadito en la estación. Llegué a casa, me puse a descargar Tiritaka (Kazimierz Jonkisz Quintet), que bajó como loco, y retomé Le planétarium, de la Sarraute, con un buen amargo y todavía muchos puchos.

Fumo, por tanto. Escucho de nuevo el disco (lo puse al acostarme). Rosa ha venido y lucha contra el Armagedón que de mi casa hago. Aunque está bastante fresco, no acepta nada, como de costumbre. Fumo y me prometo más Sarraute, más neurosis de uno a otro personaje, de uno a otro capítulo. Me acaricio el pelo, que todavía está suave. Y pienso en una mirada a la que en su momento (antenoche) califiqué de "sincera", de reposada, de como que al cabo del día. Qué pasará.

13 de septiembre de 2010

Licitud o texto


Dormí durante todo el día. Desperté a eso de las once, once y media. Me pude preparar un mate, me puse a leer la antología de Alberti. El cuerpo, fatigado por el entumecimiento de más de doce horas de sueños confusos y dormir retorcido, no logró terminar de desperezarse. Leí durante un termo más o menos. Luego puse un disco de Louis Sclavis, Ceux qui veillent la nuit o algo así, mientras leía la Rolling Stone de este mes. El contraste no podía ser más prodigioso: consumo y esplendor a dos de la mañana, cama destendida y frío en las patas.

¿Fue antes o después? Me vestí. La noche estaba agradable; me fui para la estación, a verla a la Yolanda, a comprar más Gitanes, a verla a la Yolanda. La Agustín Garzón, desierta, no ecaba mis pasos: baldosas sin 'feedback', y encima de ojotas. Volví sin querer nada, me preparé un mate.

Luego todo cambió: ventiscas de desnutrición de pueblos se ensañaron contra mi pupitre-ahí, y de los desgarbados ciclámenes de morigerar se desprendían algas de la verdolaga conocedora. Había una sentina o paro general que respondía a las promesas de alcanforización de las legumbres mil, y en verdad os digo que las canillas goteaban de aljibes viejos como canoas. "La pasta, el pantalón, olor a semen": muchísimos leprosos descafeinados se desternillaban de envidia malparida, se daban contra los postes, filibusteros que son. A veces ogro, otras salmuera destetada, un ánade gritaba volúmenes templarios de colisión indisciplinada, "y toda 'médiatèque' y los racismos". Dices que no agonizas, pero el cadáver teucro de tu desdentada se presta a más pendorchos laxos que la cabra loca del poema aquel. Un ríspido conjetural, una lección prosopopéyica de morsas, y muérdagos no solapados o de la dentición de arreglos orquestales de tu pita, ojiva termosellada de amanecer, raspajes yá.

Dictámenes de la escansión, comías mucho, mucho estragón, como si las junturas te obligasen a ello, por lo que La Biblia se depositó entre los mendrugos de ningún mendigo y gemas de tu quién Aznar, al modo en que asechanzas sin retorno cabal y cabalística sincera se manosean pulcras mediante la Terpsícore. Azúcares vencidos y resmas de catalogar andenes te fisgoneaban, te fisgoneaban, pero el edecán, pedazo de bellaco, verraco malnacido, se babeó mal y pronto. Mucosas de la colisión entre siegas y derivadas, arduo resumen de la estampida reacia al morbo, lecheritas de la SanCor milagroseando cornucopias americanistas, mojones y cogollos del parabrisas voluble: todo periclitaba. "De lado, de costado: costeleta."

Tomaba un segundo mate cuando me supe en casa. Trilok Gurtu (Faralaka) silabeaba su beat, prístino y decidor. Las paredes, encaladas, amarillentas, yacían como una mente despejada. Un vaso con alcohol viejo hedía a licitud. Licitud o texto.

31 de agosto de 2010

Pécou, Lizarazu: ésas, mis figuritas de hoy

Uno dice Pécou como dice Lizarazu: algo que se suele oír, algo que sirve para ser oído, y para que el tiempo nos pruebe. Media el vaso de cerveza. De los 200 gr de aceitunas que compré, y están un poco duras, desabridas (atenti Belén), quedará algo menos de la mitad. Escucho retazos de murmullos de un Tinelli exitoso (¿murmullos, ese jetón?), que llegan desde el departamento del frente. El vecino se acercó, hará unas dos horas, a que le afinara la guitarra. Está sacando una de David Bisbal. La puse a punto, le enseñé mínimos rudimentos de arpegiado.

El loco se me acerca bien humilde, ahora: no hace mucho que su mujer me peleó cuando le pedí que bajaran la música. Andaban con La Mona al mango, a la siesta, y yo no podía concentrarme en el librejo de turno. Fui confiado: cuando arribaron a "El Complejito de la Escalera", cuando se dieron los primeros escarceos de buena vecindad, quedamos en que cualquiera podía pedir al otro cosas como bajar la música, "si molestaba". Pero cuando quise hacer uso de ese frágil derecho adquirido, la mina creyó que lo que le molestaba era su música. Como algo personal, como un agravio, el que le pidiera silencio, o que bajara, al menos. Como si le hubiera batido: "cortá ya tu música de negros". Lo que no me gustaba era que la tuvieran al palo, pero no había forma de explicarse sin pelear más aún. Malentendido establecido, hoy por hoy Dieguito se me acerca muy rebajándose, y yo, "el que lee en voz alta", le afino el instrumento.

Y escucho el piano de Pécou. Pécou contra Bisbal (no digo La Mona): no te conoce nadie, cabeza. Y ese "no ser conocido" es tan dictamen de valor, de no pertenencia a nada...

El sábado anduve por el Abasto. Mucha actitud rocker, mucha campera y buzo negros. Yo andaba de verde, de pantaloncitos cortos, de gorrito de lana onda PO, de ojotas. Había una maldita tormenta de tierra, al llegar, pero las chicas sólo querían hacer tiempo antes de entrar, así que me cagué de frío. Y ya adentro, tuve que aceptar y padecer el que no se pudiera fumar. Minitas semblanteando. Canciones como confirmaciones. Puestas a prueba de cuánto sabés de ese mundo. Chupamos mucho y me volví con Tal Gabu a las casas, al rancho. Palmamos pronto.

Y uno no sabe, al escuchar Pécou, a qué juega. Uno debe explicarse algo. No a uno mismo, sino el nexo. Casa en que habito, ahora son las once y media en millones de otras, y la fragmentación vertiginosa. Es la deriva, no sólo el azar sino su arrastre. Como un desenvolverse de qué a lo largo de nerviosas miríadas.

Ahora percibo la música. Ahora que llego a nada, ahora que de nuevo sé que no es obligación decir, se me acentúa la percepción de los sonidos. Como una sensibilidad provocada por cierta recaída, por cierta firmeza. Uno quizás escribe para modificarse; pero sucede que experimento eso, últimamente, como un regreso. "Entre los juncos y la baja tarde/ qué raro que me llame Federico." No es lo mismo, lo sé. Se trata de cierta blandura muscular, que sólo sostiene, con lo justo (como se toca un instrumento), los brazos sobre el teclado, sin hacer fuerza de más, y con un rostro serio, aquietado. Como el verdadero comienzo de una escritura. O como estar tomando, y empezó a pegar.

19 de julio de 2010

Exactamente eso

Humea el cigarrillo. Tengo los pies congelados ("chan-cle-tas"), y el mate, falto ya de sabor, medio como que se enfría. Tengo a Felisa en la falda: acaba de subírseme. Siento sus patitas heladas a través del vaquero: circulitos de frío, que poco a poco van alcanzando cierta temperatura igual a la adyacente, y luego superior. Desde el equipito, una orquesta ejecuta Lepo Sumera. Distingo sólo cuerdas, ignoro el título de la composición. Me sorprende el carácter de esta música. Quiero decir: doy en pensar que siempre será posible inventar algo más, componer más cosas distintas. Algo reconocible, con sello, si te tomás el tiempo suficiente como para asimilarlo, de un modo u otro.

Termina la composición y empieza otra, con percusión esta vez. Felisa hace caso omiso a que suene Lepo Sumera o, pongamos, La Banda De Carlitos: ella seguirá en lo suyo, buscando lo que le conviene, malhumorando, respirando. Somos nosotros los que continuamos adiestrándonos, somos nosotros los que pensamos y soñamos, los que queremos decir. Vida del ocio, vida de la peregrinación a través de las inagotables culturas, algo se logra: no un vacío mayor (chau depresión, ahora), sino cierta mirada; más solitarios, más distantes, y las palabras, que, cuando son dichas en serio, salen lentas, espesas.

Así que nos pasamos a un carnavalesco reír, a la ingesta, a la bebienda, a dormir, a enloquecer suavemente. Me lo encuentro a Piedra Limada yendo para El Tigre, y cada uno compra lo suyo. Bromeamos -pero que no nos sienta- sobre lo buena que está la flequilluda, quien, indiferente como siempre, cobra y da el vuelto, y nos vamos para el galpón. Allí escucho algunos tangos, y el viejo me habla de lo último del Tour de France, y de que probablemente lo haya picado una araña en el pie mientras dormía: tiene una ampolla, pero no me la muestra porque qué frío que está haciendo.

Y parto a seguir gastando plata, y voy a la farmacia a por mis lithiun 300, y la farmacéutica me dice, como siempre, cositas como "amor", y "bicho", y "cariño" y nunca pasaremos de ahí, qué lamentable, porque está para el crimen, y la dejo y me voy al frente a verlo al Doc, que me hace recetas a lo loco y me revisa la garganta y pulmones: ibuprofeno, Pablo, y aflojale un poco al pucho. Pero lo mejor es cuando, de vuelta, paso por la verdulería, y ahí está la gordita, que tanto me gusta, simpaticona y feliz, y nos sonreímos y nos tiramos frasecitas cumplidas, un hasta pronto, un nos vemos.

Y sólo cuando estoy en casa se plantea el problema de la escritura, de escribir qué, si Lepo Sumera está trazando lentamente el retrato de una región no demasiado ominosa pero sí con fallas, de ahondamiento del espíritu y las pelotas de Mahoma, y amo esa música, y amo también el que a Felisa no le vaya ni le venga.

"Esquizofrenia cultural", me digo. Pero rechazo al toque esa teorización en ciernes, porque sé que esas dos palabritas nada harán, nada lograrán, nada traerán más que lo ya conocido. Suenan muy lindo, pero son algo que no es.

Subo el volumen. Fumo. Escalita descendente muy vertiginosa. Ostinato del piano, la mano derecha tira las escalitas, y hay un enjambre de cuerdas cada tanto, y súbitas, breves caídas en el silencio, en interrumpciones de lo sonoro. Sólo eso decir.

Es exactamente vivir en presente, amando el presente, boquiabierto ante el presente. Por eso el cigarrillo, por eso el mate. Me dicen que comience con la novela. No me llama para nada. Sólo anotar.

14 de julio de 2010

En la que el prosista se caga en todo y hasta en Nueva York

Piso que, timorato, recondujera inmune las carpas de saltar a ciegas. Ventrílocuo demente, no demasiado amanerado, de fintas mil y estampa, sorbito de caipirinha que dedujera del venablo un árido mentón de cualquier engolosinado en hambre. Encapsulamiento sagaz pero también de alcance, mediante el cual el hórrido verano, sal de veras, repimporotea teucro los ligustrines de ayer. Callada caminó pero la siega, junturas y desmanes consentidos, estableció que el orto y sicomoro de las despedidas bailoteara caduco entre las frondas de lechosidad pulgosa.

Hábito de madreselva: tu tegumento abrupto, caverna de la dentición y empréstito provocadores, no hace de la potranca llamada así Matilda un estropicio de fogosidad y arrechuchos en espera. Limonero y meandros: esa sutil que mucho se esfuerza en el zaguán no concederá lenocinios estereotipados por la contemplación de anáforas -caduco caduceo, rebelión y domeñación-. Porque, de entre todas las condiciones extrapolables del mazo o ciernes de pulgar, la insólita extraerá, contundente y murmuradora, un hálito de nervaduras colapsadas entre yertos espasmos de escansión.

Liza entre paquidermos ordeñables: comés porquerías, tu pezuña no es de las que más amamos, mentón del azabache que se columpia entre desdenes por venir y risotadas ochentosas desde la sillita de ruedas en la que te mecés, salvaje. Por entre columnas te das, dintel de las cabañas en las que cohabito con el pobre y con el melón, moldura inacabable de la dádiva al que se refocila mediante guarniciones de THC filodendral o la revista. Tenedores aguachentos y el cenicerito de percal. Y nunca nos podremos desdecir.

Ocasión en que tu nigromancia de analfabeto espichable corroe entre cartones una plaza de la salutación y estornudo procaces. Callada caminó por entre aldabas, y hasta pateó huesas de callar, por lo que dimos en modelar durante horas para Giordano, cafisho de la señal de engarce. Odio de la maldición a regañadientes.

Melocotón hundido y ojal de almendra: mi torta con rodajas de manzana muy aterida y colapso o yedra de los efás sagrados, fermentan y fermentan y fermentan tus molares de limadura de desolación y destrucción de dioses que no sean ése: el de la cornucopia de leche y miel en la que te otorgás medallitas a cada kilómetro cuadrado, décima etapa. Hinojosa de la rebelión, tu pretérito se esfuerza y, chomazo mi semblante, esparce colillas atascadas en la gorra de lo que más aglutina. Porque si todas las cieguitas condujesen Estados, guanuco el eslabón, a bastonazos remendarían la Muralla.

Callada caminó. Ni Reich te incluye. Tu pipa y tu medalla se desdicen. Calleja pobre a la que sumás denuestos de calzado. Limo sentido.

12 de julio de 2010

Ida la Juana, Julio se las toma

Zodíaco de la desmesura, el reverbero azul de un día sin disgustos oreaba a nuestros mentores. Temprano había brotado la alforja trinitaria, y nuestro descoyuntar se entregaba a los arrechuchos del frontón. Liza en demanda, aletargar de la morsa en ascuas, la Juana se indispuso con toda socarronería. La auxiliamos entre avemarías y gruñidos propios de un príncipe feliz, pero la mejorana de su pelo despepitaba peñascos duros de sortear. Julio tomaba mate impertérrito, dueño como era de la fontana alrededor. No es que lo requiriésemos, pero su muñón del óxido entorpecía el simulacro.

Más allá de la tonsura, y por entre innumerables acaeceres del goteo ínsito, la Juana crepó: tal como Kremer pena, zapato de las alcancías, tal se rindió la guasita, tetona como siempre, salaz, a una muerte desmemoriada y teucra. Su cuerpo inane animaba fiestitas de percal, y de la siega del empréstito forzoso no nos quedaba más que traducir del copto la nómina de sus hematomas dulces.

El primero que escupió al pecho del cadáver fue su padre. "Cómo que la quería", decía, enrevesado, y "pedazo de la aldaba que se escurre". "Hélas!", se repetía, leído. Apenas lo mascullaba, diligente y contuso, pero la procesión, daguerrotipo vencido, era el yogur de los gordos, que al toque la gallearon de un modo irreprochable, contritos, simulando.

Julio seguía sin levantarse del pedernal del hartazgo -la caries rancia y la tostada destrozaban su único ojo-. Arrastramos la estación más allá de sus límites de esdrújulo, en vano. También quisimos entonar salideras bancarias, pero él, indiferente, compuso la cantata del silencio. Desjarretaba el aplauso, columpiaba la más mínima reprimenda.

Y nos echó al olvido. Trepó a la cuesta de Retomadiestra, montó el albino, partió. Periplos de coyuntura adrede: nosotros, los mojigatos y los cuarteronas, los indiscretos y las atrevidas, no dimos en alcanzarle. Allá se fueron nuestros tres cuartos de doblón. Campana y descreimiento, la plaza de los sin nombre.

(Porque hay un trance inmune a la falacia. Mishiadura de toda exposición.)

11 de julio de 2010

Pasifae

Poco después de que te reventáramos el orto (la nómina es extensa), te dirigiste a la estación del fiambre y allí, entre deseosa y descompuesta, solicitaste un ticket. El que los otorgaba te miró: la ropa hecha jirones, el labio inferior magullado, la mirada, una biliosa dulzaina de los tiempos idos. Nada te dijo, pero te guió (la seña fue concisa) a un depósito no mayor que el espacio que media entre Córdoba y Qusarat. Con gesto medido te indicó que esperaras; te sentaste, cruzaste las ominosas piernas.

Al cabo de media hora llegó el petiso. Éste era un fiambre desafortunado, cuya habla se confundía con la frontera. Te preguntó qué esperabas. Un somorgujo de emoción te alentó a confesarle que querías alejarte de todo. El petiso te señaló que allí sólo aguardaban los mediocres, sólo los tibios que no saben encontrar la puerta. ¿Qué puerta?, le preguntaste. Por toda respuesta, el petiso se alejó.

Poco antes de que te reventáramos el orto (todos anónimos; todos diferentes), tu estación preferida era el invierno. Creías en la canción libertaria y en dar de comer al menesteroso. Dolida por el parto, el feto primigenio de tu error de niña se te representó ante los ojos. Nada querías saber de ese deforme, por lo que las enfermeras te llamaban la amor-tajada. Pero tamaño ajenjo poco podía con vos.

La madrugada aquella en que supiste lo que se te venía (previsión de alcance) decidiste que la guarida del oso se parecía más a un dogal de oficinas de lujo que a la marea intonsa. Contaste los segundos y los años, te hiciste operar el esfínter. Mucho más tarde, luego del paso del petiso, mirabas por la ventana cegada con maderos, hallando así el mensaje de la era inicial: que todos nos haríamos cientólogos.

Pero mientras te reventábamos el orto no gritabas, ni gemías, ni gozabas. Eras el manojo papal (bolsa maleable) que se deja hacer. Ni siquiera nos contabas, y no te molestaba los segundos polvetes de algunos de nosotros, escasos, por otra parte. Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, habrías de recordar aquella mañana fría en que te dimos a más no poder; y no hallaste diferencia -un ave se detuvo- entre un evento y otro.

10 de julio de 2010

Hondazo inútil

Elevabas plegarias en son de actitud, pero el Cielo no se abría. Te disponías a peregrinar a Santiago en sentido inverso. (Nunca llegarías: bien que te resistís al español.) Coloso de tu memoria, recordabas fructuosas oraciones mediante las que lograbas, de niño, hasta media hora de bondad; pero siempre alguien aparecía. Vacilación de la entrepierna: eras joven, y la contemplación, como a Fausto, te llevaba a realizar hazañas irrisorias.

Te querías redimir. Pero de qué, dudabas, si eras mediocre y ni para el Mal servías. Visitabas panteones de durar, gélida sierpe, y tu mollera mascullaba responsos. Rezabas de memoria: pasos en la inquietud de quién.

Así fue como te ganaste mi ira. Te mancillé el honor muy duramente, crucifiqué tu mandíbula y, ahíto de espantajos, te despaché a la siega.

Sembraste entonces grano, y de la tierra brotó alcohol. Y segaste la vid, y de tus entrañas florecía la nervadura de la neurosis. Desesperado, quisiste aullar, pero tu moneda se entumeció de pronto. Las amapolas eran tu cadencia, de tus várices nacían sinsabores hediondos que ofrecías, despechado, a los viandantes.

Loción del rubí: me regresaste liendres, abanicos de la homosexualidad te visitaban. Urgiste un lienzo, pero no quise apuntalar tus facciones demacradas. Rabo de nube, gemías, rabo de nube.

Aburrido, te parapeté entre los que más temías y decapité tres de tus falanges. Como el artista, de ellas te alimentabas, las devolvías, te alimentabas. Ningún nosocomio te auxilió. Insípido pendorcho.

Para acabar, me fui. Desahuciado y terco, clamabas al Cielo, que no se abría.

6 de julio de 2010

Rocío.

Pasota de oliváceas, otario inmune, vítor del etario: ¿Quisquisacate es mierda para tu ingrata redoma? Asperjá, flor y meandro insólitos, y desencajá el buey de la cornucopia, visillos la entrepierna, tanta obesa. Solíamos decir del alce en trance, vitriolo de la descomposición; hoy apenas recapacitamos en ansias. Porque, del toisón, el único epitafio o credencial viene a sabiendas. Lícito, overo, pellejo la vinagre, esparadrapo unido: ¿teníamos orzuelos lisos como escarapela y síntesis de los estornudos? No te lo niego: nos regodeábamos lindo.

De todos modos, venablo. De todos modos, el aparatoso esperpento. Te digo y te repito: loco a patadas, camisón y el alcanfor barato, pináculo/incremento a base 'e lino, linotipia falaz contra el arriero. Efá y efá y efá. Eso de cultivar te reventaba los forúnculos y, dejado de la mano del poliedro, tu enhiesta coliflor bien que simulaba Capítulos. Nunca fui de rebañar oteros: ciervo de Juana Manuela, punzó los inservibles, tu lanza o ristra en ajo se envalentonaba contra los beodos mil. Acopio de vendaval y lijas, manopla o huella del franquismo, juraste periscopios o sutileza morosa contra el refucilo de la chacarera ínsita. Bendito cusifay.

Reconcomido entre estampas (¡por Dios, molino campo!), aleación y contra-estaño o lienzo con que reforzar mi mitra y mi medalla, y las aledañitas al cielo en qué, ni a palos rezo por vos, escapulario. Imitación de los macanudos, como la de la cuarterona de ese gustito en ciernes, atiza y lentejuela. Maraña o cachivache de incrustación divina, evolucionábamos hasta florecer en la trincheta de los deberes laicos. Mujer que perseguía al estanciero de los tres pendones, bichito su voraz, cosita de manteca (y Mara: "¡perdón, perdón!", muy desdichada, llorando magullando), nos disponíamos pronto a repimporotear en el oficio, muy a cuatros. Velamen de la inquietud, itas. Como que comíamos a dos carrillos, vela inflada y las pelotas exangües.

Y para que tu melopea, chuloy, pespunteos desacompasados, regurgitara un tornillo, preciso fue que -termo y ojiva- Hiroshima, que te sonreía, se nos alejara entre dos truenos. Redundancia de la sin hueso, probé, mastiqué, tragué. Luego, todos los aludes se percataron de la distancia intonsa entre la antena de los desperdicios y ese chelo de rosadas mejillas. Gaviota tu percal y mamichula.

(Desdicha, tegumento: salo de a ratos la mesada, cacheo al policía, lo escorbuto. Clavícula y rocío: comería frutillas sólo por que me pidieras de nuevo fuego, y al lado te sentaras.)

5 de julio de 2010

Ecuanimidad mantenida; decae al cierre.

Habíamos esperando un taxi demasiado: eran más de las cinco de la mañana, y los pocos que pasaban iban ocupados o despreciaban nuestra facha, sobre todo la del Kelly, que, alma de la calle, silbaba a los coches o les hacía señas bien aparatosas, como si de un helipuerto se hubiera tratado. Veníamos de ver al Circo Da Vinci en 990, y el Gera se había quedado haciendo sociales en una sala que muy a disgusto se vaciaba. A mí me pintó el cansancio. El Kelly dependía de mí, pero, de haber tenido guita, se hubiera quedado hasta el amanecer: había vivido una noche de emociones raras para él, y quería terminar de reventarla, y qué mejor que con una buena puta -según su más hondo sentir- a la que romperle el orto.

Me puse a contar monedas. Cuando me di cuenta de que realmente nos alcanzaban para el bondi (los billetes que quedaban eran de 10, y no hay modo), vemos venir un Celeste Central. Le digo: "¡vamos!", y comienzo a correr. Veo que el Kelly me pasa y algo me dice de una dieta a seguir, pero no me esfuerzo: llegamos bien. Subimos al bondi, más o menos poblado de aborígenes. Nos sentamos atrás de dos menores que de algún baile volverían, y el Kelly les empieza a decir cosas, dulces a veces y otras violentas. Así había sido toda la noche: cuando estábamos yendo de la 27 de Abril a Buffis, el vago se despachaba con más o menos cuatro piropos por cuadra. Nunca lo vi tan revolucionado: se ve que no conocía la noche de Nueva Córdoba y sus pibetas úblicas. Se había generado como un código: el "recatate". Éste se imponía cuando andaba la yuta cerca, o cuando directamente el vago echaba mucho moco.

Nos separamos a la entrada del pasaje. Llegué a casa y me mandé un buen Steve Reich, fumando en la cama y pensando en nada, esto es, en "la materia sonora" (Spinetta). Hoy ya pasó un día. Lav me envió un lindo mail, le respondí, y me quedé pensando en escribir algo. Por segunda vez en una semana me felicitan por mi prosa. Y yo que quería hacer versitos. Me acuerdo oscuramente del prólogo al Fausto de Goethe (esos consejos que le tiran a mansalva al autor). Me pongo triste de un saque: "el amor es muy raro", me han dicho también por estos días. Lástima: si hubiera tenido esa emoción antes, otro habría sido el post.

2 de junio de 2010

Andanzas

Desperté a eso de las cinco y media, con un par de timbrazos con que agitó el Sergito, que venía para usar la compu. Lo fleté diciéndole que estaba durmiendo e inmediatamente me preparé un mate. Retomé El estremecimiento del velo, sin más en mi cabeza que la satisfacción de mirar las cosas muy ecuánimemente, con las 12 ó 13 horas que había dormido. Porque el sueño cura.

A eso de las siete volvió Sergito, con la Antología de la literatura fantástica bajo el brazo. No había leído ni media palabra, y le permití usar Magnolia con la condición de que me iba a tener que escuchar leerle un cuento al menos, cosa que aceptó muy a regañadientes. Lo mandé a comprar un cuarto de criollitos y una coca de un litro y cuarto y, cuando volvió, nos pusimos, los dos, a intentar decir el abecedario en un solo eruto, tal y como quería hacer Ramirito hace ya mucho tiempo.

Tomé mis dos lithiun y mi olane XR y me concentré en Yeats. El 1880 de Irlanda es fabuloso: por todas partes se nuclean artistas, mediums y todo otro tipo de gente estrafalaria en Sociedades de todo tipo, y se publican colecciones, y se habla y se discute hasta los codos. De los videntes paso, pero me impresiona el que los escritores, por ejemplo, se acercaran unos a otros para poder hacer más. Yeats habla también de política (se interesaba, al principio, por el socialismo), pero todo se daba yendo de un lado a otro, entre conversaciones, conferencias, odios y amistades, como si hubiera una agitación cultural interminable. Y a cada rato: personajes estrambóticos, místicos y borrachos, editores y tertulias, y el gran público lector.

A todo esto, Sergito le daba a los jueguitos, o miraba 10 minutos de una película y 15 de otra, aburriéndose muy exasperadoramente para mí, porque a cada rato así lo declaraba. Él en Magnolia, yo en la mesa y con el mate, cada uno afanándose en un proyecto solipsista, si bien se mira. Le leí un par de cuentos, uno creo que de Chesterton, y cuando le traduje este último al cordobés se le abrieron los ojos.

Finalmente lo despaché, pero justo apareció Marita en el chat, por lo que postergué ir a lo de Sergito, donde me esperaba su vieja, que últimamente de a ratos enloquece (charcos de sangre, ratas) y no puede más con la vida. Pero Fulgi me reclamaba, aunque después resultó que poco dada estaba para la charla. Según ella, se le había secado la cabeza luego de toda una tarde de discutir, con un amigo, "lucubraciones históricas" en torno a la filosofía, y, como yo no presentaba tampoco mayor iniciativa para el diálogo (quiero decir que se pasaba por las bolas todo lo copado que yo estaba con Yeats), volví a la lectura.

Cuando todo estaba perdido (chateaba con alguien de un pueblo llamado Ingeniero Seguí, creo que de Buenos Aires; la mina me buscó porque llevo el mismo apellido), lo encuentro a Deco en facebook. Ahí nomás arreglo un encuentro con él (era la medianoche pasada), y finalmente terminamos en el barcito que él ama, pasando Kube, de Independencia a Buenos Aires, por la Rondeau.

Qué descolgado, me decía, que me invites a cervecear un martes. Bien se ve que vivís al revés. La calles del centro estaban más que vacías. Deco al principio se copaba mucho y se relamía abiertamente con cualquier par de piernas que por allí pasaran (y eran contadas), y muy escasa atención prestaba a las cosas que le contaba. Cuando llegamos al barcito que él ama, nos sentamos en un principio afuera, para poder fumar, y al buen rato nos fuimos adentro, por el frío. Dos chicas medio que dormitaban en un sillón, y el dueño estaba con ambas. Yo los tenía al frente, y fantaseaba con que eran un trío en decadencia, y Deco, que les daba la espalda, bien que las tenía en cuenta, minitas celularescas totales. Escuchamos "Hotel California", en un video lleno de guitarras criollas, y hablamos de música. Hablamos, claro, de todo un poco, pero nada de lo charlado quiero rescatar aquí.

"A la hora de huir, preferimos los taxis." Me separé de Deco a eso de las cuatro, y me vine, chocho con las dos Budweiser que cargaba en el abdomen, a San Vicente. El mate que me preparé para despejar el alcohol está ahora tibio. De repente extraño a Anganuzzi (¿se escribía así?) y algún posible comentario que pudiera haber hecho a la tónica de mis últimos posts en Anotaciones-... Una narrativa de lo cotidiano, de lo propio, de lo apenas llamativo, que sólo vale por las correcciones que a su redacción hago, y ni siquiera.

Fumo y escucho música en Radio Clásica de RTVE. El mate está más que lavado. En un rato mando al buche lithiun, clopixol y valnar. Escribir así, contando lo que cuento, es de débil voluntad; pero ¿qué otra cosa hacer, cuando no hay proyecto grupal, me cago en Dios, más que cultivar y disimular las imperfecciones del jardincito que le ha tocado a uno en suerte?

Me deja pensando lo que Bardamu citó en su blog. No qué hacer, sino cómo. Nuestros textos no pueden ser los de los irlandeses de 1880. No tienen fuerza porque no tienen ninguna repercusión. La escritura es algo muy chiquito. Ya demasiado esfuerzo debemos hacer con nosotros mismos: para ser, al menos por un rato, no tan idiotas, no tan estupidizados por (Giannuzzi) la época. Algo de eso hablaba con Deco: nos dedicamos a alcanzar un mínimo bienestar, un rinconcito no tan hostil en esta ciudad; cuando hace un siglo eso les chupaba un huevo a los guasitos, y hablaban grandes palabras, y podían soñar, alertas. Sólo queremos bienestar, salud, y jugar con restos del juego de abalorios en que se resume, ahora, la primera parte de nuestras vidas, es decir, los restos del siglo XX.

22 de abril de 2010

Foráneas de la densidad

Me lo encontré a Leizamón a la vuelta. Leizamón, no Leguizamón: el viejo malandra se altera el apellido para que no lo pillen. Justo se había sentado y ya charlaba con Tío Tom. Me le sumé a la mesa y pedí una cerveza, que llegó no del todo fría; Leizamón, por su parte, pidió su vinito y unas empanadas. Glorificó debidamente la correspondiente damajuana, luego de hacerse un sorbo.

El Caballero del Pincel, que así le decimos, había dejado su bicicleta parada contra el cordón de la vereda. Yo miraba para la Sargento Cabral, él le daba la espalda. Al frente está el gimnasio, y una gurisa al rato se cruzaría para pedirme fuego: sabés cómo le rompería el orto, manifestó el Caballero. Hablamos de todo un poco: de Piedra Limada, de Evo Morales y los pollos genéricos a base de hormonas femeninas (de qué, no supimos precisar), de la Fiebre A, que así le dice. La noche estaba agradable, y yo andaba de ojotas (Mara diría chan-cle-tas, yo agregaría ruleros).

Cuando tocamos el tema del País y los Grandes Proyectos, se sumó Tío Tom. Atrás habían quedado el espolón y cómo curarlo, y la culebrilla, que los médicos, que tanto han avanzado en lo suyo, no saben tratar. Tío Tom está en contra de que se enseñen tantas cosas en la escuela. Qué tanto Inglés, qué tantas materias. El que quiera Inglés, que vaya a las privadas. De ahí lógicamente pasamos a la Industria Nacional, a la Circulación de la Plata y que la haya en la Calle, y cosas así. Dos contra uno: el Caballero del Pincel, a sus 71 años, es individualista (algo así como que al País le va bien cuando a mí me va bien).

Pero se ponía fresco. Como quien dice, pagamos y nos alzamos al ocote. Todavía no eran las once, y las gatas habían acabado ya sus confites, como le dice Gonzalín al alimento balanceado. Palmé rápido; no hubo sueños.

29 de marzo de 2010

Mínima descripción

Dormí poco: me costó, y mucho, despertar. A las doce sonó el despertador, y mis párpados pesaban como una plancha tibia, abotargada. Sé que me volví a dormir, porque a las y veinte sonó el celular y contesté: y hablaba balbuceando. Sé que tomé la decisión de no dejarme estar, sé que mi esqueleto y coyunturas estaban magullados, escarnecidos, por las pocas horas de sueño, sé que caminé a los tumbos.

Inmediatamente prendí un cigarrillo. Así, violencia al cuerpo todavía dormido. Y luego otro, y otro. Cosa de entrar en la realidad. Preparé un mate, leí blogs como pude: inercia de ponerse al día, de ver qué se ha hecho; como una ocupación a ciegas.

Y llego a la una y cuarto, todavía con el mate, y escribo, cuerpo pesado.

Prendo un cigarrillo. Escucho un trío para clarinete, violín y piano de una tal Galina Ustvolskaya. Galina...: ¿Gala? Descargué de aquí el disco en el que está dicha obra. Leo en la Wikipedia en español y compruebo que, como en el caso de otros artículos de compositores del XX, se lista de un modo muy exhaustivo y prolijo lo producido por la rusa. (La rusa, la soviética...)

Hace calor. Corre brisa por la ventana, aparta dulcemente la vieja cortina, la casi transparente, agita una bolsa vacía, de papel, que está sobre la mesa. Siempre la brisa, cuando me da en el cuerpo, digo, me rejuvenece. Quizás ésta, si hubiera durado más, me habría terminado de despertar. Sé que una buena ducha puede obrar maravillas. Pero escribo, escucho, tomo mates, fumo.

(Todo: con la boca ligeramente abierta, descalzo, cruzados los pies, allá abajo de la mesa de la computadora. De repente se me ilumina un poco más el ángulo de la habitación que tengo enfrente, corre la brisa de a ratitos, como jugando, algo se alegra. Pero mi gesto sigue siendo torpe, mi boca sigue entreabierta, demoro el mate, el pucho.)

Cuesta desentumecerse. Sobre todo si uno permanece así, quieto, sentado, apenas tipeando. Me desperezo un poco el morbo. Tipo siete de la mañana andaba despierto, y desayuné un poco con sándwiches de miga de verdura y una coquita del lugar. Me había costado dormirme. Acá se quedó anoche Tal Gabu; durmió en el suelo, no sé cómo hace. Se quedó jugando un buen rato, lo de siempre, en FICS; según supe después se pegó un baño y se fue a trabajar. Realmente no sé cómo hace, sólo dos horas de dormir.

Pasamos toda la noche hablando boludeces, cagándonos bien de risa de Fantini y su modo de hablar ('catedraticus cordubensis'), mientras él intentaba ganar y yo le leía de sociolingüística. Pero las fiestas se acaban.

Ahora el cuerpo, resentido ("ya no estoy para estos trotes", dijera la Babía), tiene que amoldarse a los días de hacer cosas. Dejar de pernoctar. Me huelo un poco el chivo y tomo la decisión: corregir esto, bañarme. Lunes otra vez.

(Ser agradecido con: la brisa, algunas lunas...)

28 de marzo de 2010

Esas raras composiciones nuevas

Tengo muy abandonadas estas Anotaciones-... Nada que contar, nada que registrar. ¿Será que eso, al cabo, es la escritura: un actualizar la práctica rutinariamente, y lo que gusta -si es que lo hay- de uno va siempre deslizándose a pesar de esta sensación de esterilidad?

Sigo poniendo cosas en La lección... Está bien eso de decir "poner" (como incrustar), porque esos poemas, más que escritos, son fabricados, elaborados cada tanto, cuando la urgencia de escribir es irreflenable y, más allá de que salga algo ilegible o mero barullo (son muchas las veces en que esto sucede), se las fabrica y se las espeta (se las "pone") en el blog.

Para cambiar de tema, digamos que me he hecho descargador habitual de los discos que lista música del siglo XX (link acercado por Isaías Garde). Fui violinista de los ocho a los diecisiete. Por decirlo de algún modo, mis ochenta fueron sólo música clásica: no sólo porque la escuchaba, sino porque "había que" despreciar y denigrar toda otra música (léase "la música popular"). Elitista, era la época de transición entre los vinilos y los cassettes, y cada tanto me iba a Olocco y me agenciaba algo. Y poco había, y era costoso, de esos extraños compositores contemporáneos, por más que varios ya se hubieran muerto, los de 1900 en adelante.

Así que yo tenía mi preciado vinilo de Gidon Kremer tocando el concierto de Alban Berg, y supe amar esa suerte de sentida, dolorosa exasperación. Otro mundo. Pero, como dije, no había plata para comprar a lo loco, y además se conseguían muy pocas cosas de "lo nuevo".

Por más que haya dejado de tocar el violín, por más que haya descubierto y luego amado la música popular (pero: siempre estuvo ahí, de algún u otro modo, inevitable, y a fin de cuentas entrañable), quedó de todos modos esa nostalgia por oír la vanguardia erudita. Y ahora, gracias al cablemodem y demás, las tengo. Con el agregado de que ahora los títulos más bien sobreabundan.

Fumo. Escucho uno de los tres discos de obras orquestales que tengo de Ravel. Tres discos son una enormidad: ¿cuándo sabré esta música del mismo modo ('par coeur') en que sabía el concierto de Berg?

(Me acuerdo de repente de la Conferencia sobre nada de Cage, eso de creer que "se tiene" la música, y desconfío de mí mismo y de la mar en coche.)

14 de enero de 2010

Jaula para ardillas

Leía la Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras. Venía de Emily Dickinson: Jacob luchando contra Dios. Tarde en la que terminé por dormirme, tipo cinco, y ahora tendré insomnio: una vez más. Se escuchan frases grabadas con voz de idiota en una propaganda de un canal de videoclips. Peino mi pelada. Tengo una coquita de la que tomo cada tanto, y se da al rato un regusto amargo en el paladar, firmemente cerrada la boca. Al lado hay un tipo de anteojos; parece algo más grande que yo. Leí del Google Reader (un poco; no lo agoté), y nada tengo para escribir. Atrás creo que canta Arjona.

Me acomodo un poco la espalda. Toque de depresión: la Literatura ES sentido. Qué daría por una nada constante, por un presente continuo en el que disfrutar simplemente-ser, al modo de los gatos. Cruzo mis pies bajo la silla, con los empeines contra el suelo. Vuelvo a disponerlos en una posición un poco más prolija, más laxamente rígida, más dulcemente robótica. Me peino la pelada con la izquierda.

Huelo de pronto el aire: ¿qué? Un leve olor a nafta. Recuerdo por un segundo a mi viejo, su Torino, y procuro abolir la imagen. Me rasco la palma de la mano izquierda, y oigo una moneda tintinear, atrás. El tipo escribe un poquito, mueve el mouse, vuelve a escribir un poquito.

Me acuerdo de un poema de Benedetti que decía algo así como: "así que al fin esto era la vida". Me miré al espejo, hace un buen rato: un rostro adulto, abotargado por la quietud, fofo, algo adormilado. Yo no soy eso, me digo todavía. Ojos quietos, que miran con cierta dureza, a diferencia de los labios, gruesos. Alguien entra acá, al bar, al drugstore -urgente bautizarlo-.

Me acomodo la espalda. Hay una nueva venta, atrás. Luciana tararea la canción que está sonando. Tetas.