13 de noviembre de 2011

El Envarado y La Mejoradora De Mates (nº 2)

Ahora son las seis de la mañana. Suena suave Space Available, por el Kornstad Trio. Quién será este Håkon Kornstad. Un saxo, un contrabajo, batería.

A veces pienso que el jazz muchas veces carece de emotividad, de entrañabilidad. Sus melodías propician otro "estado de ánimo", no aquellos aparejados a la música clásica, o al tango, etcétera. Es el sonido jazzy, tan particular y a la vez tan variado, tan rico. Algo como que cool, una especie de más allá citadino (¡New York, New York!), algo para poner de fondo y que es a la vez complejo, inteligente, sutil. 

Ideas que no desarrollaré. Voy a contar, en cambio, que acabo de terminar una Obra Poética de Edgar Bayley (Corregidor, 1976), lectura que me deja admirado y a la vez cavilando. Compré el libro en El Espejo junto a El poema de robot, del inconseguible Marechal (puede que ahora lo relancen, ¿no?), y hoy di cuenta del primero, en una sola jornada de lectura: 198 pp. plenas de sentido, de gran amor por la vida o, más bien, por la realidad, lo cotidiano inmenso ("nunca terminará es infinita esta riqueza abandonada"). 

Recuerdo haber leído algunas pocas cosas de este poeta hace ya muchos años, y en ese entonces pensé que hablaba de cosas fantásticas, extrañas, quizá hasta exóticas. Con el tiempo fui dándome cuenta de lo que digo más arriba: de que Bayley vivencia profundamente la realidad, y nombra muy muy "poiéticamente", y a veces le basta el mero sustantivo ("Mi amada estanque azul huerto cabellos", reza un título de uno de sus poemas) para lograr alcanzar las cosas de un modo pleno, y elevarlas a un grado inaudito de realidad. 

Pero qué: leo estando enamorado. Y leer así vigoriza y da tanto sabor a las lecturas, a la música, a caminar por las veredas, por el centro, a saludar, hace unos días, al matrimonio de quiosqueros por el día del canillita, a ponerme chocho porque voy a la verdulería, cosas así. Digo: ¿y si hubiera leído Bayley, digamos, hace cinco o seis meses? Digo: ¿cuántos son los libros que básicamente "suicidé" por el mero hecho de estar, cuando los leí, deprimido oscuro mal? Y tanta música escuchada, tantas horas y meses y realmente años de manosear tan desalmadamente cultura, belleza, artes. 

Siempre lo supe, y la verdad que lo dije con claridad: de nada sirve nada si "no hay un cuerpo / al que abrazar, acariciar, besar". Recuerdo un video-arte visto en el Goethe o cosa así, hace mucho: alguien tomaba un libro tras otro de una biblioteca, leía el nombre del autor, y lo arrojaba a un rincón. La pila de libros que se iba formando era impresionante, en tamaño, en volumen, en peso. La angustia, la desesperación, la soledad, la terrible melancolía, el odio incluso, corroen el alma, digo ampliando un título de Fassbinder. ¿Será, de última, algo de índole evangélica? 

Tampoco hay por qué ponerse a escarbar tanto, por estos días. Días que son nuevos, días de cara cambiada, renovada, joven, días de cuerpo lozano, reluciente por el afecto y el sexo, terso. Días de entender con mucha inmediatez de qué habla Bayley cuando le habla a la amiga, a la amada, a la mujer, cuando nos habla del mundo, de las cosas. Días, en fin, de completar bien el sentido, de no ponerse a sospechar; días sin mayor cálculo. 

9 de noviembre de 2011

El Envarado y La Mejoradora De Mates (nº 1)

Qué hermoso, tremendo chubasco que cayó anoche, ahí en San Juan y General Paz (y también en San Vicente, me informa Meneses), chubasco y mar que contemplamos desde debajo del techito del bar del teatro (institución). Veíamos el reflejo de las luces de los semáforos combinándose con la de los autos que cruzaban la esquina (onda un poco el Nycz que sabía estar en Las Tipas, adentro), por fin nos refrescábamos (nosotros dos, digo, sí, pero muchos más) del calorón horrendo, mefistofélico, de "la Córdoba de ayer", calorón que nos aplastara por la tarde, calor inmundo, seco, y el sudor. Ya cuando salimos del teatro en el entreacto (el consabido puchito obligatorio) habían caído algunas gotas -gruesas, querendonas-, pero todavía la calle jadeaba mal de temperatura, ambiente chancho. Pero después, ya en el bar del teatro, Quilmes mediante, se largó, y se largó bien, y era el mejor cierre (el famoso "broche de oro") para lo que acabábamos de presenciar.

La Mejoradora De Mates se fue encontrando más o menos seguido con gente conocida y, si bien no huía, algo reculaba; yo vi un fantasma, al que evité con ejemplar escrúpulo y tesón. El disco dolía $50,00, y la verdad que, con lo que vi, si hubiera tenido guita habría gatillado con grácil ligereza y generosa despreocupación; porque el Nonsense Ensamble Vocal de Solistas me dejó pasmado, boquiabierto, estupefacto mal. La verdad que siempre tuve mis prejuicios a la hora de escuchar música vocal; más infundados que la mierda, tengo que confesarlo, honor obliga. Hermosas las voces, hermoso el combinarse de las mismas en acordes, en contrapuntos o lo que mierda sea, en plenitudes y sutilezas varias, riquísimas, admirables. Hermoso atender a la expresión de los rostros de cada intérprete, los movimientos de sus cuerpos (de riguroso negro, en pata), y la vaguita que dirigía, que pasaba como si nada de un pulso a otro (realmente asombroso), integradísimo macerado bien el ensamble.

Y, ya terminada la función, cómo le señalaba a La Mejoradora De Mates la diferencia abismal que hay entre escuchar un disco en las casas e ir a oír música en vivo. Más allá del asunto de que presenciarla sólo se da una única vez en el tiempo (quiero decir, sí, sí: en el de mi conciencia), la alucinante calidad del sonido, su atmósfera, su clima, la verdad que son insustituibles; impagables, como quien dice. Ergo: ¡quiero más música de endeveras, quiero más conciertos, quiero no tirarme a chanta! (Pobre equipito, cómo te desprecio ahora; bien que me diste más de una satisfacción...)

Entonces, haber pasado a buscarla, ir al Libertador, oír, y oír y quedarse atónito boya gozando mal ante la belleza, y disfrutar sin arrimo de cansancio o aburrimiento, y extrañarse en determinado momento de la vida y de la muerte y todo lo demás en medio de ese sonido como que un don y de mi oír extasiado como que agradeciendo, y pasará, y pasaremos, y correr al bar del teatro a por una buena birra, a por una buena charla.

Excelente, mire vea. Y el público, todos chicos (más jóvenes que yo, la gran mayoría), y el silencio atentísimo, y divertirnos luego, e ir por más. El Teatro tiene que repetir, no sé si el año que viene pero pronto, el festival, el encuentro. La tan mentada música contemporánea precisa estos espacios, y continuidad; gente que le da bola parece que hay. Sí: qué diferente que fue la cosa a comparación de, por lamentable caso, cuando se "ejecuta" Beethoven, o Mahler, o la poronga de todos los santos lindos. Nada de viejardas pintarrajeadas, nada de sarnosos caballeros de meticuloso traje y agresiva loción. Para esos casos: volar al Paraíso. Y que haya habido entrada libre y gratuita fue algo absolutamente coherente. Y necesario, y positivo. He dicho.