30 de diciembre de 2012

La piedra

Uno tendría que hablar del mundo. De cosas interesantes o, al menos, importantes. Hablar, por ejemplo, del caso Marita Verón; o de los agrotóxicos; o del cospelazo, que se viene. Uno tendría que decir: "esto está mal, esto está bien; esto es nefasto, esto salva". Pero no lo hace. 

Uno tendría que mezclarse con el mundo. Ser uno más. Activar. Uno, que está en su rinconcito de libros y que escribe cada muerte de obispo poemitas de la ociosidad, tendría que decir: "sí, estuve en una marcha, y había mucha vida, ahí; y además rechazo fuertemente el peronismo de Cristina Fernández; y realmente, aunque no sea consecuente, me parece una mierda que lo que impere en el mundo sea el neoliberalismo hedonista; y no me siento cómodo, y acá la cana semblantea mal a todo negro, a todo joven, a todo pobretón". Pero no lo hace. 

Uno escribe cosas de la literatura. Y cuida su prosita. Y se desvela y piensa si en el fondo lo de ser blogger no implica convertirse en un apabo funcional al sistema. Y se retoba y deja de escribir, y luego vuelve; porque quiere experimentar una vez más la gloria y la miseria de ver cómo varían las estadísticas de uno en Blogger. Y uno es en el fondo un ocioso y un desocupado, escriba o se resista. Y uno es un loco: un becadito por demencia mal. 

Entonces, esa idea: habría que mezclarse con el mundo. Mandarse La Gran Hortensia: "estoy acá para decir lo que se me ocurra, ¿o no?". Eso al menos da ilusión, eso da sensación de renovación. Y uno piensa. 

"¿Qué escribir?", eso es lo que uno piensa o se plantea. Y cree que la cosa ya no pasa por el capricho, por expresar lo hondo aburrido enteco de uno y sus cositas, sino por comenzar, de una vez, a escribir: para los otros. Uno piensa, a veces. 

- . - . -

Pasan los autos por la Agustín Garzón. Como ya son las seis pasadas, y por más que sea domingo, comienza a haber un poco más de circulación. Ya amainó bastante el griterío de los gorriones; hará una hora o poco menos arreciaba. Las mascotas dormitan; la Mejoradora descansa; sólo yo, en La Babía, estoy despierto: cerrando la jornada. 

La poesía no da para más. ¿Qué sentido tiene ventilar cuestiones privadas, dolorcitos necios que el verso medido maquilla? Como una lupa puesta sobre cuestiones en el fondo intrascendentes para el lector; como diciendo constantemente, obcecadamente: "¡eh!, ¡aquí estoy yo!, ¡existo!". Pocas y pobres canteras que se agotan; de donde ya, a esta altura, extraigo apenas si variantes extenuadas, por estulto deporte. ¿Qué implica hablar de continuo sobre las propias cuitas? El borramiento de todo lo demás: del mundo. Hay cierto gusto, no lo niego, en leer y en escribir un buen poema; pero ese hecho, que es real y que puede ser intensísimo, ya no compensa: hay que cambiar. 

Entonces intento verme a mí mismo, en mis textos, sí, pero desde los otros: intento pensar qué pensará de mí el eventual lector de mis cosas. Y, al menos por estos días, constato que la imagen que de mí doy vale bien poco: yo fui pupo del mundo. ¿No suceden cosas a mi alrededor? ¿No le sucede nada a los otros? ¿Sólo yo la paso mal? Lupa que agigantó una pulga, la verdad que me aburro últimamente de mí mismo. 

Y, así, hay que volver a aprender a escribir. Me acuerdo de lo que alguien me contara alguna vez: un estudiante de plástica, que sólo pintaba caballos; le rechazaron el trabajo de tesis por "monotonía temática". Tomar nota; que medre la anécdota. 

Vaya a saber cuándo vuelva a escribir. Vaya a saber qué consideraré, entonces, interesante o, al menos, importante. Un propósito de enmienda es lo más menesteroso del mundo: porque implica trabajar contra lo más perramente enraizado de uno. Y uno, ya se sabe, tropezará siempre con la misma piedra. Maldito Sísifo.